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Dos peregrinos en tiempo de pandemia 7 (Camino Inglés). Noche junto a la ría.

 


Regresamos al hotel cuando el poder de la tarde resultaba vencido por la noche y trazaba una puesta de sol espectacular, como nos había vaticinado mi amigo Juan, al que debíamos la elección del Camino Inglés y este hotel. La terraza de la cafetería estaba al pie de la ría para gozar de la inmensidad del cielo con su vestido de bandas horizontales fruto de la lucha entre el sol y las nubes rasgadas. El mar era un ser apacible que duplicaba simétricamente el horizonte. Los fantasmas de la mente se desvanecían ante aquel espectáculo grandioso y gratuito. Por eso recordamos aquellos versos de Follas Novas, de Rosalía de Castro:

¡Mar!, con tus aguas sin fondo,

¡cielo!, con tu inmensidad,

el fantasma que me aterra

ayudármelo a enterrar.

Una de las pocas condiciones que puse a mi sobrino Jose para hacer el Camino fue hospedarnos en hoteles. Me daban miedo los albergues, que quizá estuvieran vacíos y respondieran a todas las prevenciones sanitarias. Además, el peregrino, aunque esté motivado por la penitencia, no tiene por qué prescindir de las comodidades y los pequeños lujos. En su senda de conocimiento también está saber lo que es un pazo, un palacio, una casa solariega de la nobleza o de las clases pudientes.

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