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Dos peregrinos en tiempo de pandemia 25 (Camino Inglés). Carretera y Camino.

 


La carretera discurría en paralelo al camino. Los gigantescos viaductos ponían el contraste con el mundo rural. El gris del hormigón armado contra el verdor del campo. En la década de 1920, Gabriel Miró escribió en Caminos y lugares, en su obra Años y leguas, a la que ya he hecho referencia, y sobre la que volveré alguna vez más, una reflexión sobre las carreteras:

Porque nada rae y encallece el paisaje en el paisaje como las carreteras. La carretera es gente y arrabal, aunque éste solitaria. La carretera ya no es distancia, sino la medida de las distancias. Suprime un concepto de silencio, de clausura, de pureza que tenía cada rodal, cada instante del campo, siendo como era guardado en sí mismo.

Lo escribió cuando el automóvil no había generado una revolución en el trasporte y las carreteras eran esporádicas venas de asfalto que unían selectivamente los pueblos, en muchos casos inaccesibles, y atravesaban los paisajes. Quizá intuía esa drástica transformación que modificaría nuestro mundo y marcaría nuestro destino.



Caminábamos muchas veces por carreteras vecinales, tramos asfaltados sin línea divisoria pintada (para qué, no era necesaria) ni arcén. A pesar de la soledad que nos acompañaba sentíamos que rompía ese religioso silencio y la pureza del tránsito con destino al Apóstol, como denunciaba Gabriel Miró. Ayudaban poco a la introspección, aunque nosotros aprovechábamos cualquier tramo para profundizar en nosotros. Los tramos de sendero, habitualmente más duros, nos devolvían a la observación, a la clausura que mencionaba el escritor alicantino en referencia a un territorio que le haría revolverse en su tumba si lo recorriera en la actualidad. En Galicia, se había parado el tiempo de forma relativa, ya que no faltaba un tractor o un turismo que nos recordaba el progreso y que se dirigía al campo o al hogar, a esas casas que eran islotes en el verdor sereno. Allí encontraban las comodidades modernas.

El asfalto cargaba más las piernas. La gente, aunque escasa, rompía algo del encanto. Para los que somos urbanitas perdidos, sin embargo, conservaba los rasgos rurales más afilados y auténticos.

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