Aquel era un bosque con algo de
irreal, de onírico, de bosque soñado que se materializaba te confundía con el
recuerdo desvanecido. Ese bosque hacía soñar, te transportaba a algún lugar del
corazón, más allá de lo imaginado. Sin embargo, era un bosque de eucaliptos
cortado con un camino asfaltado. Su virtud era que embriagaba, se apoderaba del
espíritu, te absorbía con su niebla lírica y te transformaba. No me hubiera
atrevido a penetrar en esa espesura relativa que dejaba entrever la geometría
de los árboles y la densidad de helechos y matorrales. Me hubiera dejado absorber
por fuerzas ocultas y sobrenaturales, inaprensibles.
-¡Buen camino!- nos sacó de
nuestro ensueño un peregrino. Los pocos con los que lo compartimos y los
lugareños nos lo deseaban constantemente.
Ese peregrino era un tipo alto,
delgado, con reminiscencias de Don Quijote y piernas bien entrenadas para un
ritmo rápido. Iba tocado con un sombrero de alas amplias y confección
deportiva.
En el primer tramo nos cruzamos
varias veces con dos chicas de entre 30 y 40 años. Eran de gemelos portentosos
y a la espalda portaban la joroba de sus mochilas. Me pesaban en la espalda de
sólo pensarlo. Nos adelantaban, paraban para acoplar mejor la impedimenta,
volvían a pasarnos. Estaba claro que nuestro diálogo constante ralentizaba el
avance. No teníamos prisa. El Camino es para hablar, para conocerse, para
compartir anécdotas y pensamientos, para enriquecerse con el aviso que uno hace
al otro para que no se pierda un instante o la permanente belleza.
0 comments:
Publicar un comentario