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Dos peregrinos en tiempo de pandemia 19 (Camino Inglés). Comida en Pontedeume.

 


La gerente del hotel nos había aconsejado comer antes de ir al alojamiento. Luego diremos la poderosa razón. Buscamos en las inmediaciones del torreón y no nos convencieron los locales. Al infiltrarnos en la Rúa Real, que así se llamaba el Camino a su paso por la villa, encontramos varios bares muy animados y concurridos y seguimos nuestro instinto, que indicaba que lugar con abundantes parroquianos es garantía segura. Acertamos con el Compostela, en donde tuvimos que estar atentos y luchar como si fuéramos Andrades en busca de mesa. Aparcamos las mochilas y los palos y nos sentamos relajándonos con el incumplimiento de la distancia de seguridad, por mucho que todo el mundo tuviera buenas intenciones. El hambre apretaba. Pedimos pulpo y empanada, excelentes, y alguna cosa más que tampoco es importante recordar. Con las anteriores cervezas y las nuevas nos relajamos sobremanera.

Al buscar el hotel Montebreamo y subir por la Rúa Real entendimos el consejo de la chica. En el Camino Inglés hay dos o tres cuestas de campeonato, de esas en que un coche en primera se asfixiaría. Pues bien, una de esas temibles subidas era la que ascendía el monte Breamo hasta el hotel del mismo nombre. Cuando los peregrinos habían completado la primera etapa desde Ferrol y se hospedaban allí, llegaban completamente destrozados, echando el bofe, incapaces de hablar por la falta de respiración. Para el que dormía abajo era un tremendo inicio de la segunda etapa.

Con la panza llena y un poco achispados empezamos la subida. Nos habíamos cachondeado sobre la terrible ubicación del hospedaje desde el otro lado de la ría.

-¡Anda que como sea ese el hotel!- nos sonreíamos señalando a un caserón que casi coronaba el monte.

No era aquel, pero estaba cerca. Tomamos un ritmo sereno, sacamos el culo y bajamos la espalda y como disciplinados gregarios de una clásica ciclista fuimos pasando rampas en zigzag, casas abandonadas o carentes de interés y empezamos a sudar como posesos. La humedad era de niebla baja. No paramos hasta un mirador que permitía contemplar la espalda del pueblo, la torre de la iglesia de Santiago, el puente, la Magdalena y la ría. Recuperamos el resuello con la excusa de unas bonitas fotos.

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