Las pequeñas sorpresas rompían
la aparente monotonía del caminar. Se abría un claro, aparecía un campo de maíz
defendido por rudimentarios espantapájaros en forma de bolsas y telas, un
parche de arbolillos trasplantados, un cartel desvencijado, unas casas que
habían quedado varadas en el campo. La sorpresa más sencilla fue un cajón
dejado por algún alma caritativa con un plato con limones para reponerse y unos
pequeños y entrañables recuerdos. Nos gustaron las conchas del Apóstol, las
vieiras, que simbolizan lo mágico y sexual, según leí en Gárgoris y Habidis, de Fernando Sánchez Dragó. La concha veneriae simula una mano extendida
que fue amuleto habitual en el mundo antiguo. Los dedos abiertos eran el
emblema del amor carnal. Y repetía un símbolo universal: la pata de oca. El
autor madrileño afirmaba que los senderos del mundo convergían líricamente en
el aleph de Compostela y era una
alegoría del bautismo y la evangelización:
Los
budistas del Gran Vehículo (los de la tendencia Mahayana) incluyen la concha entre los ocho emblemas de la buena
suerte y la interpretan como signo premonitorio de un próspero viaje (no andan,
pues, los bonzos tan divorciados de los jacobípetas).
Continuaba Sánchez Dragó:
Eliade
la ha entendido en relación con la luna y, por supuesto, con la mujer. Lo mismo
hace Botticelli en el más famoso de sus cuadros. Schneider la considera símbolo
místico del bienestar de una generación conseguida a costa de la precedente.
Es, también, vaso para apagar la sed y a ello atribuye Cirlot su popularidad
entre los caminantes.
Quizá por ello todos esos
elementos se nos ofrecían de forma tan anónima y confiada, ya que la caja donde
depositar la voluntad no disponía de ningún mecanismo de seguridad que
impidiera que se la llevaran. Nadie obligaba al donativo. Pero nadie hubiera
arriesgado su suerte por unas monedas. Hubiera decepcionado el gran gesto.
Hubiera creado mal karma para el desaprensivo.
Tal fue el tráfico de conchas
que se generó que el papa tuvo que conceder la exclusiva de las mismas a
Compostela.
Por supuesto, compramos tres. La
tercera era para Javier, hermano de Jose, otra de nuestras inspiraciones para
el Camino. Había también cruces y conchas para colgantes.
Debidamente protegidos seguimos
nuestra jornada. Estábamos cerca de finalizarla.
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