Sin embargo, al leer El báculo y la ballesta. Diego Gelmírez,
de Ermelindo Portela, encontré una referencia anterior: “Hacia 1111, un
contingente de guerreros procedentes de las Islas Británicas hacía la derrota
que, por los caminos del mar, los conducía rumbo a Jerusalén”. Por aquella
época reinaba la reina Doña Urraca de León y aquellas tierras estaban azotadas
por los conflictos entre bandos aristocráticos. Aquellos guerreros no quisieron
desaprovechar la ocasión para no perder su buena forma para el combate, porque
fueron contratados para participar en razias y saqueos. El saqueo era habitual
en la ruta hacia Oriente. Los locales los denominaron “piratas ingleses” porque
les recordaban a los almorávides, los fanáticos musulmanes que habían
reunificado la España musulmana tras las primeras taifas creadas por la caída
del Califato de Córdoba. Habían revertido la posición de dominio de los reinos
cristianos.
Ese comportamiento “como si
fueran almorávides”, según la Historia de
Compostela, obligó al obispo Gelmírez a reunir sus tropas y vencerlos. Tras
un corto espacio de tiempo en cautiverio, el obispo de Compostela les devolvió
la libertad para que siguieran su camino hacia Tierra Santa. En 1.147
aprovecharon el tránsito por la península para ayudar en la conquista de
Lisboa. La Reconquista servía de puesta a punto para la Cruzada. La presión de
los musulmanes era tan grande que el Papa Pascual II prohibió a los clérigos y
soldados españoles que emprendieran peregrinación a Jerusalén. Debían
concentrarse en atajar el peligro de su zona.
El Camino Inglés entró en
decadencia, y posteriormente en desuso, a principios del siglo XVI, cuando el
rey inglés Enrique VIII se divorció de su esposa española, Catalina, hija de
los Reyes Católicos, rompió con la Iglesia de Roma y fundó la Iglesia Anglicana.
Hace dos décadas fue rehabilitado, como leí en la web oficial del Camino (www.caminodesantiago.gal).
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