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El blanco y tenue sortilegio del sol japonés 158. Nagoya: la ciudad de fabricar cosas.

 


La elección de Nagoya como destino no fue por su atractivo turístico. Realmente, había que buscar un lugar que sirviera de base en nuestro regreso a Tokio y Nagoya ofrecía bastantes ventajas. Además, era uno de los mejores exponentes del éxito económico japonés. A ello se unían algunos templos y jardines interesantes, una buena arquitectura moderna, estupendas zonas comerciales y el castillo más grande del país. Suficiente.

La Lonely la denominaba "la hermana aplicada", la ciudad de la industria de todo tipo, la cuna del Monozukuri, de fabricar cosas. Había sobrevivido a la recesión, aunque la crisis actual también le había hecho daño, menos que a otras zonas. Como ciudad dinámica e innovadora había capeado el temporal y permanecía entre las veinte regiones más importantes económicamente del mundo. La iniciativa era su sello. Antes de ganar el status de ciudad, en 1.889, ya era un importante centro comercial y estratégico.

La primera muestra de pujanza y modernidad, su tarjeta de presentación, era la estación, un hervidero de gente con zona comercial y restaurantes y dos altas torres de acero y vidrio. A un paso quedaba la Midland Square. También cerca, aunque en dirección contraria, nuestro hotel.

Dejamos las maletas y nos lanzamos a visitar la ciudad. Desgraciadamente, no pudimos visitar el santuario sintoísta Atsuta, dedicado a Amaterasu, la diosa del sol, y que albergaba la espada del emperador. Era uno de los tres santuarios sintoístas principales.

También tendrá que esperar una futura visita el museo Toyota. Fundada en 1.933, era uno de los mayores fabricantes de automóviles del mundo, al nivel de General Motors y el grupo Volkswagen. Sus vehículos los encontrabas en todos los lugares del mundo. Era uno de los más claros ejemplos de multinacional japonesa.

Tomamos la avenida Sakura Dori, amplia, vital, atractiva. Sus edificios de oficinas canalizaban un flujo de trabajadores importante a la hora de comer. Por debajo de la avenida, una galería subterránea agrupaba un conjunto de tiendas de primer orden.

La ciudad correspondía con la descripción ofrecida: una ciudad pujante. Las avenidas eran amplias, los edificios modernos y altos, se alternaban con algún jardín y el tráfico era constante.

Comimos magníficamente en un restaurante de la cadena Yayoi que ofrecía comida Teishoku, un combinado de platos con arroz y sopa de miso. Buena calidad a un precio muy razonable. Estaba repleto de oficinistas.


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