La elección de Nagoya como
destino no fue por su atractivo turístico. Realmente, había que buscar un lugar
que sirviera de base en nuestro regreso a Tokio y Nagoya ofrecía bastantes
ventajas. Además, era uno de los mejores exponentes del éxito económico
japonés. A ello se unían algunos templos y jardines interesantes, una buena
arquitectura moderna, estupendas zonas comerciales y el castillo más grande del
país. Suficiente.
La Lonely la denominaba "la hermana aplicada", la ciudad de
la industria de todo tipo, la cuna del Monozukuri,
de fabricar cosas. Había sobrevivido a la recesión, aunque la crisis actual
también le había hecho daño, menos que a otras zonas. Como ciudad dinámica e
innovadora había capeado el temporal y permanecía entre las veinte regiones más
importantes económicamente del mundo. La iniciativa era su sello. Antes de
ganar el status de ciudad, en 1.889, ya era un importante centro comercial y
estratégico.
La primera muestra de pujanza y
modernidad, su tarjeta de presentación, era la estación, un hervidero de gente
con zona comercial y restaurantes y dos altas torres de acero y vidrio. A un
paso quedaba la Midland Square. También cerca, aunque en dirección contraria,
nuestro hotel.
Dejamos las maletas y nos
lanzamos a visitar la ciudad. Desgraciadamente, no pudimos visitar el santuario
sintoísta Atsuta, dedicado a Amaterasu, la diosa del sol, y que albergaba la
espada del emperador. Era uno de los tres santuarios sintoístas principales.
También tendrá que esperar una
futura visita el museo Toyota. Fundada en 1.933, era uno de los mayores
fabricantes de automóviles del mundo, al nivel de General Motors y el grupo
Volkswagen. Sus vehículos los encontrabas en todos los lugares del mundo. Era
uno de los más claros ejemplos de multinacional japonesa.
Tomamos la avenida Sakura Dori,
amplia, vital, atractiva. Sus edificios de oficinas canalizaban un flujo de
trabajadores importante a la hora de comer. Por debajo de la avenida, una
galería subterránea agrupaba un conjunto de tiendas de primer orden.
La ciudad correspondía con la
descripción ofrecida: una ciudad pujante. Las avenidas eran amplias, los
edificios modernos y altos, se alternaban con algún jardín y el tráfico era
constante.
Comimos magníficamente en un
restaurante de la cadena Yayoi que ofrecía comida Teishoku, un combinado de platos con arroz y sopa de miso. Buena calidad a un precio muy
razonable. Estaba repleto de oficinistas.
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