Oda Nobunaga fue un
terrateniente de Owari, cerca de la actual Nagoya, un pequeño feudo
estratégicamente ubicado entre la capital Kioto y Kanto, la llanura más extensa
de Japón, donde se asentaba Edo, el actual Tokio. Nobunaga fue el iniciador de
la unificación de Japón, que a mediados del siglo XVI era un territorio asolado
por la guerra entre los señores feudales. Su irrupción podría calificarse de
involuntaria, según destacaba Spate:
"En
1.560, Imagawa de Suruga, un magnate mucho más poderoso que Nobunaga, señor de
tres provincias entre Owari y Kanto, avanzaba sobre Kioto a través del
territorio de Nobunaga. Contaba con 25.000 hombres, Owari sólo llegaba a los 3.000:
Imagawa no lo consideraba un problema. Nobunaga lo sorprendió, lo derrotó y lo
mató. Luego, mediante una hábil combinación de intriga política y guerra
consolidó un poder que le permitió entrar en el propio Kioto en 1.586,
nominalmente para apoyar a un aspirante al shogunato, a quien él mismo instaló
formalmente en esa dignidad, sólo para deponerlo cinco años más tarde".[1]
Su dominación fue discutida y
generó ríos de sangre, incluso entre los monasterios budistas, que unieron sus
grandes ejércitos a los de sus enemigos. Impuso su ley a costa de grandes
matanzas:
"En
el momento de su asesinato en 1.582-continuaba Spate-, controlaba, directamente
o a través de sus vasallos, 32 de las más de 60 provincias, todas ellas
situadas en un cinturón que se extendía desde las fronteras de Kanto hasta las
orillas del norte del Mar Interior, el verdadero centro de Japón".
No sólo hubo guerra y
destrucción. Su idea iba más allá y sabía que para controlar su posición eran
necesarias reformas, como la abolición de las barreras aduaneras interiores, por
lo que debilitó el control del comercio interno por parte de los gremios de
mercaderes y favoreció los mercados libres como centros de servicios para sus
propios castillos y vasallos.
“Pese a
todo eso, Nobunaga fue superado por sus sucesores Toyotomi Hideyashi y
Matsudaira Motoyasu, este último más conocido como Ieyasu, el primer shogun de
Tokugawa. En ocasiones no podían ser más crueles y despiadados, pero estaban
más preparados para utilizar la conciliación y la diplomacia. Los tres se
retratan por su reacción ante el pájaro tradicional enjaulado que no quiere
cantar: Nobunaga, le retuerce el cuello; Hideyoshi, le obliga a cantar; Ieyasu,
espera a que cante".
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