Nuestra última incursión en
Tokio tuvo lugar en Nihonbashi, el puente de Japón, el que fuera tradicional
barrio comercial y de mercaderes y que en la actualidad era barrio financiero.
El movimiento de dinero parecía haberse acostumbrado al lugar.
Nos sorprendió el contraste de
la salida este de la estación de Tokio, que era la que había que tomar para
Nihonbashi, respecto de la oeste, la que tomamos para visitar el castillo. Esta
salida era victoriana mientras que la de Nihonbashi era moderna, con un gran
centro comercial y rodeada de grandes rascacielos.
Tomamos la avenida que estaba
frente a la salida y nos pusimos a caminar por el barrio de oficinas, hoteles
de lujo y restaurantes elegantes. No había casi gente, normal en un sábado por
la tarde. La sensación de que nos habíamos equivocado al elegir la ruta fue
evidente al llegar a un puente que no era el famoso que buscábamos. Lo más
interesante fue el monumento a Jan Joosten, un holandés que en 1.600 alcanzó
estas costas y acabó dando su nombre al barrio de Yaesu, que era por el que
caminábamos.
Renunciemos a continuar hacia
Ningyocho, más al este, que era el barrio de los teatros y conservaba parte de
su atractivo tradicional.
El puente que aparecía en las
estampas tradicionales y costumbristas, las ukiyo-e,
construido en 1.603 en madera, fue sustituido en 1.911 por otro de piedra y
acero. Constituía el kilómetro cero de las carreteras japonesas. Antaño, fue el
inicio de las cinco rutas del periodo Edo.
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