La diosa Benzaiten era la diosa
de la sabiduría, las artes y el conocimiento. Era la única deidad femenina
entre los siete Shichifukujin, o
dioses de la Suerte. Los estudiantes se acercaban hasta aquí para pedir un
aprobado en sus exámenes. La gente que la visitaba en aquel momento pedía buena
fortuna. Cuidado porque tenía fama de celosa.
Pasado el zoo y buscando dónde
comer, nos encontramos con un camino flanqueado de linternas de piedra que
conducía al santuario Toshogu, dedicado al fundador de la dinastía de shogunes
Tokugawa, Ieyasu, que se había cruzado con nosotros en el viaje en varias ocasiones.
La pagoda de cinco pisos asomaba entre las copas de los árboles.
Atrás quedaba la posibilidad de
visitar la calle Ameyoko y su animado mercado al aire libre con unos
cuatrocientos puestos que eran muy populares a final de año.
En la zona cercana a la fuente y
con el Museo Nacional de Tokio al fondo, habían instalado varias atracciones
para los niños, que se podían deslizar en trineo por una pequeña pista de nieve
o compartir diversiones con sus padres. El parque acogía a numerosas familias
que lo estaban pasando francamente bien.
Continuamos por la zona de la
Universidad Nacional de Bellas Artes y Música de Tokio, salimos del parque y
nos sumergimos en Taito, un barrio tradicional de casas bajas y tranquilidad
infinita. Se había salvado de la especulación y aún le quedaba un toque
bohemio. Allí estaba la Rue des Arts o el museo de Caricaturas de Asakura.
Estaba rodeado por las lápidas y las estelas del cementerio Yanaka, donde
estaban enterrados muchos personajes importantes, según nos informaron.
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