En nuestra anterior visita a
Ueno nos habíamos concentrado en los museos y apenas habíamos dedicado un
instante a pasear por la zona. El parque combinaba edificios modernos que
alojaban los museos y templos y santuarios en rincones con encanto. Las
familias gozaban de ese entorno acogedor.
El parque ocupaba los terrenos
del antiguo templo Kaneiji, que llegó a extenderse por un millón de metros
cuadrados. Su misión era proteger de los malos espíritus que pudieran penetrar
hacia el castillo de Edo por el poco propicio ángulo noroeste. Aquí se
acantonaron las tropas leales al shogun en la guerra Boshin de 1867 que acabó
con el Shogunato Tokugawa y abrió paso a la Restauración Meiji. La guerra lo
arrasó casi por completo y en 1924 el emperador Teisho donó los terrenos a la
municipalidad de Tokio.
Uno de los escasos edificios que
se salvó de la destrucción fue el templo Kiyomizu Kannondo que estaba abrigado
por la arboleda. Estaba vinculado con el otro templo Kiyomizu, el de Kioto. A
este templo acudían las mujeres que no se quedaban embarazadas para pedir la
intercesión de la diosa de la Misericordia. Si veían cumplido su deseo debían
regresar al templo y depositar una muñeca. El 25 de septiembre se quemaban en
una ceremonia todas las depositadas en ese año.
Nos dirigimos hacia el lago
Shinobazu. El lago estaba cubierto por altas plantas de nenúfares que mostraban
unas hermosas flores de color rosa. El contraste de las flores y las plantas
con los altos edificios del fondo volvían a contraponer lo moderno y lo
tradicional. La gente se entretenía en una lenta navegación urbana en pedales
con forma de pato por el lago.
El templo Benten-do estaba
construido en el centro del lago, al que inicialmente sólo se podía acceder en
barca. Con el tiempo, se construyó un puente de piedra que facilitó las
peregrinaciones y las ofrendas. Esa avenida hasta el templo estaba ocupada
ahora con pequeños puestos de comida de aspecto sabroso.
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