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El blanco y tenue sortilegio del sol japonés 175. Carnaval en Asakusa.


 

Nos sorprendió que la calle estuviera cortada. A lo lejos se escuchaba música y sonido de tambores. En las aceras, la gente se arracimaba bajo los paraguas. Y, de pronto, irrumpió un desfile colorista: era el carnaval de Asakusa.

Por unas horas las calles de este barrio se poblaban de bailarinas de samba, músicos y carrozas, comparsas y sonido. Sólo cuando te acercabas te dabas cuenta de que no eran brasileños sino japoneses quienes montaban aquel espectáculo increíble.

El aparente hermetismo de los rostros de los japoneses se quiebra en los festivales y en las celebraciones comunales. Se vuelven participativos, sacan sus mejores sonrisas a pasear y se incorporan a las cabalgatas o las procesiones. Les gustan los festivales, les gusta la diversión, les gusta compartir su alegría con la comunidad.



Un inmenso caudal humano taponaba la calle principal y las calles adyacentes. Era difícil avanzar. José Ramón nos advirtió para que lleváramos cuidado ya que había notado alguna mano en busca de su cartera. La aglomeración facilitaba el trabajo de los rateros, de los que nos habíamos desentendido durante todo el viaje.

Buscamos calles más tranquilas, lo cual fue complicado. El barrio hervía con la celebración. También estaba más atractivo con ese bullicio. Caminamos por Denbouin Street y tras Kokusai regresó la calma. Continuamos hasta Ueno, cruzamos la estación y nos dirigimos al parque y al lago.

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