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El blanco y tenue sortilegio del sol japonés 174. Por el río Sumida.

 


La niebla casi impedía ver el puente Rainbow y el puerto. Era una estampa gris, como de tinta desleída que estuviera condenada a desaparecer. Mostraba algo de intrigante, de fantasmal.

Quizá hubiera que plantearse si este crucero era esencial para completar una visión de Tokio. No lo era, cierto, pero se trataba de un paseo agradable y aportó una perspectiva diferente de la ciudad más cercana al ciudadano, a quien vivía en el Tokio residencial, como la parte de atrás del escenario de luces, como leí en algún blog.

Nuestro barco no era el famoso Himiko, futurista y todo de cristal diseñado por el dibujante de manga Meiji Matsumoto, con el que nos cruzamos. Desde el nuestro, se podían contemplar bien las riberas y los edificios con permiso de la lluvia y la niebla, que matizaban la claridad de las ventanas.

Fuimos cruzando los doce puentes acompañados de la información sobre sus años de construcción y algún otro dato interesante. Varios fueron fruto de la reconstrucción posterior al terremoto de Kanto de 1.923. Nos llamaron la atención las compuertas que quizá actuaban como medida preventiva contra las crecidas o para sellar el acceso a determinadas zonas. Observamos algunas embarcaciones tradicionales, en realidad casas flotantes, como en las inmediaciones de Shinagawa.

El recorrido por este otro Tokio terminaba en nuestro barrio de Asakusa.

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