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El blanco y tenue sortilegio del sol japonés 172. Cena en Kanda.

 


Las proximidades de la estación de Kanda acumulaban muchos garitos y restaurantes, luces y animación. Era el lugar ideal para la cena del viernes, momento en que la gente de las oficinas aprovechaba para confraternizar y salir a cenar con los compañeros de trabajo, con “la otra familia” que todo buen trabajador japonés debe mimar.

En una pequeña calle que terminaba en la estación encontramos montones de restaurantes animados. El elegido estaba en ebullición. Los parroquianos habían bebido suficiente cerveza y sake para expresar su amistad encendida a un grupo de turistas como nosotros. Además, uno de los camareros chapurreaba algo de español, le enseñamos algunas palabras y nos trató como a amigos. En este bullicio sólo nos faltó cantar Asturias patria querida en versión nipona.

Lo que nos llamó la atención es que sólo hubiera cuatro o cinco mujeres.

José Ramón consiguió que nos invitaran a unos chupitos de sake convenciendo al encargado de que era una tradición española.

Cenamos abundantemente y con cerveza por menos de 6.000 yenes.

La noche aún nos deparó una sorpresa. Mientras leíamos sobre el tatami de la habitación notamos un terremoto. El suelo vibró durante un rato. Nos miramos con cierto pasmo.

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