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El blanco y tenue sortilegio del sol japonés 126. Sanjusangendo.

 


Mis compañeros de viaje me dejaron en la puerta de uno de los templos más emblemáticos de la ciudad, Sanjusangendo, el templo de los mil y un budas. Ellos continuaron hacia la estación para tomar el tren hacia Osaka y pasar allí la tarde.

En el templo no había aglomeraciones. Me descalcé, como en otras ocasiones, y entré en el pabellón principal, de unos 120 metros.

El folleto que me entregaron mencionaba que su verdadero nombre era Kengeo-in y que fue fundado en 1.164 a instancias del emperador Goshirakawa, que intentó una vez más atraer a sus territorios la paz mediante la expansión del budismo. Por supuesto, sufrió un incendio que lo fulminó en 1.249 aunque fue reconstruido por orden del emperador Gosaga. La reconstrucción finalizó en 1.266.

El nombre de Sanjusangendo significaba "sala de treinta y tres intercolumnios". El número treinta y tres derivaba de la creencia de que Kannon, diosa de la Misericordia, a quien estaba dedicado el templo, podría adquirir treinta y tres formas diferentes para salvar a la humanidad. Realmente, el salón tenía treinta y cinco intercolumnios en el lado este y otros cinco en el norte.

Nada más entrar quedé impresionado por el millar de figuras perfectamente alineadas en varias filas e hileras, sus rostros serios, un ejército de divinidades con once caras cada una de ellas y veinte pares de brazos que simbolizaban los mil brazos de Kannon ya que cada brazo podía salvar veinticinco mundos. Cada brazo sostenía un símbolo o un atributo. Contemplar tantos rostros, tantos brazos, tantas imágenes, mareaba, daba cierto respeto, un poco de miedo. Caminé estudiando las estatuas doradas, las pequeñas cabezas sobre la corona de la cabeza principal, el movimiento de los brazos que en cualquier momento se pudiera activar y generar un caos coordinado para salvar a los fieles o defender a la representación principal, Kannon, que el gran artista Tankei, del periodo Kamakura, tallara cuando contaba 82 años. Esta estaba sentada en el centro de la serie. Las otras mil permanecían de pie, haciendo guardia, expectantes desde hacía cientos de años, la mirada baja. Eran obra de setenta escultores que trabajaron durante quince años. Algunas, algo más de un centenar, eran de la etapa anterior al incendio: las que se pudieron salvar.

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