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El blanco y tenue sortilegio del sol japonés 123. Ginkakuji II

 


Una parte miraba hacia el estanque, sus islas y sus árboles. Otra, hacia un jardín de arena que reproducía el lago Oeste de Hangzhou y, en una orilla, el monte Fuji que se alzaba en la llanura. Se combinaba el paisaje multicolor con el monocromático, dos concepciones de jardín, dos estéticas, dos planificaciones que buscaban un buen efecto: la armonía. El realismo y la abstracción. La imaginación trabajaba sobre lo esencial que ofrecían esos paisajes.

El pabellón albergaba una pequeña sala dividida entre una capilla budista y una sala para celebrar la ceremonia del té, según leímos. La ceremonia del té influyó en el arte. El suelo se cubrió de esteras, utilizaron puertas correderas de papel pegado a un marco de madera y se pintaron las superficies en blanco y negro, con dibujos en tinta. Recordé al poeta Basho:

Montañas y jardín

entran en la habitación

el verano.

El jardín mostraba los avances del verano hacia su fin, el cambio de color de las hojas. Nos sumergimos bajo ese manto vegetal, ascendimos por un sendero. Se intuía el jardín y el pabellón, el templo zen en que se convirtió el conjunto a la muerte de Yoshimasa. Zen significaba meditación. Por la meditación se alcanzaba la realidad suprema del yo. En este paraje era más fácil meditar.

Las jóvenes vestidas de kimono se fotografiaban con el jardín de fondo.

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