Una parte miraba hacia el
estanque, sus islas y sus árboles. Otra, hacia un jardín de arena que
reproducía el lago Oeste de Hangzhou y, en una orilla, el monte Fuji que se
alzaba en la llanura. Se combinaba el paisaje multicolor con el monocromático,
dos concepciones de jardín, dos estéticas, dos planificaciones que buscaban un
buen efecto: la armonía. El realismo y la abstracción. La imaginación trabajaba
sobre lo esencial que ofrecían esos paisajes.
El pabellón albergaba una
pequeña sala dividida entre una capilla budista y una sala para celebrar la
ceremonia del té, según leímos. La ceremonia del té influyó en el arte. El
suelo se cubrió de esteras, utilizaron puertas correderas de papel pegado a un
marco de madera y se pintaron las superficies en blanco y negro, con dibujos en
tinta. Recordé al poeta Basho:
Montañas
y jardín
entran
en la habitación
el
verano.
El jardín mostraba los avances
del verano hacia su fin, el cambio de color de las hojas. Nos sumergimos bajo
ese manto vegetal, ascendimos por un sendero. Se intuía el jardín y el
pabellón, el templo zen en que se convirtió el conjunto a la muerte de
Yoshimasa. Zen significaba meditación. Por la meditación se alcanzaba la
realidad suprema del yo. En este paraje era más fácil meditar.
Las jóvenes vestidas de kimono
se fotografiaban con el jardín de fondo.
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