Era bueno que el shogun
disfrutara del paraíso. Más que bueno, era necesario. Así tendría el ánimo
tranquilo y tomaría las decisiones más acertadas para sus súbditos y para el
país que gobernaba.
Yoshimasa, el último shogun
Ashikaga, eligió Higashima para la construcción de Ginkakuji, el Pabellón de
Plata, para su retiro. Gobernó entre 1.443, cuando aún era un niño, hasta 1.473,
en plena guerra de Onin, que se prolongó desde 1.467 a 1.477 y supuso el
derrumbe político del régimen.
Quizá también a él le recibieron
los bambúes y las camelias, el bosque y la montaña. Quizá en este privilegiado
entorno natural reflexionó sobre las causas de la decadencia, el final de una
época. Fueron las disputas familiares las que desencadenaron la guerra. Designó
a su hermano como heredero al no tener hijos pero su esposa Masako dio a luz un
varón al año siguiente. Se formaron dos bandos, se desencadenó la violencia. El
país quedó partido y asolado.
Se refugió en la hermosura de
este jardín y en la arquitectura que se asomaba al estanque. No pudo ver
realizado su deseo de cubrir el edificio de madera con planchas de plata,
emulando a Yoshimitsu, su pariente lejano. Su pabellón era más modesto, de dos
plantas, la primera en estilo japonés, la segunda en estilo chino. El fénix
también remataba la cima del tejado. Ante todo, sobriedad. Y buen gusto
japonés.
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