Subimos la amplia calle
Kokubunji hacia el río y lo cruzamos por el puente Kaji. Las casas sobre el río
formaban un conjunto armónico, en la línea idealizada que nos había acompañado
todo el día.
Un policía nos vio vacilantes y
se acercó, quizá más con la intención de charlar un rato que por pura
preocupación. Era mayor, de cara redonda y aspecto bonachón, lo menos parecido
a un policía de película americana. Nos preguntó por nuestra nacionalidad y
cuando le dijimos que éramos españoles se señaló el pecho y dijo algo que los
cuatro entendimos como "torrente". Creímos que había visto la
película de Santiago Segura y empezamos una conversación sobre la misma en el
más puro estilo diálogo de besugos, digno del director, actor y guionista.
Después de un buen rato empezamos a ser conscientes de que algo no cuadraba.
Hasta que el policía sacó su móvil y nos mostró una foto de él con el
futbolista Fernando Llorente. La carcajada fue menos vistosa de lo que fue
posteriormente por temor a que se molestara el policía. Con buena intención y
sus rudimentarios conocimientos de inglés pudimos deducir que Llorente había
estado de viaje de novios allí. Que estuvo allí, seguro. Que fuera de viaje de
novios, lo dudo. Nos hicimos una foto con el policía, al que bautizamos
Torrente.
El cogollo del barrio antiguo
eran tres calles paralelas, Ichino, Nino y Sanno que agrupaban varios museos y
un conjunto de casas antiguas, varias de las cuales se habían reconvertido en
tiendas. Las tiendas estaban puestas con el habitual buen gusto y especial
detalle. Los productos eran estupendos, con lo que nos dedicamos a la sana
actividad de ver tiendas.
Las casas eran de madera oscura,
de dos plantas. En la fachada, sencillas y hermosas celosías. Algunas habían
sido el hogar de familias de mercaderes y banqueros con un amplio hogar donde
se hacía vida en común, varias estancias que se utilizaban tanto para el
negocio como para vivir, dormitorios o la habitación del buda. El patio
interior era un jardincillo que respiraba filosofía zen. Había otros patios en
la parte de atrás y laterales. Y almacenes.
En una de las tiendas penetramos
hasta ese patio interior. Una linterna de piedra casi cubierta en su totalidad
por el musgo, unas rocas y un surtidor de agua de bambú recordaba al bosque y
la naturaleza. Dejamos vagar los pensamientos.
Una tienda con excelentes trabajos
de papelería había aprovechado una parte del local para montar un coqueto y
sencillo restaurante donde comimos. El ambiente era familiar, intimista, con
una pequeña zona con tatami para comer en mesitas bajas. Les hicimos los
honores a unos deliciosos y humeantes fideos.
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