Toda persona que visita Japón
debería hospedarse al menos una vez en uno de los establecimientos
tradicionales denominados ryokanes.
Oyado Koto no Yume conseguía que el cliente estuviera cerca de la felicidad en
su estancia.
En la entrada se hicieron cargo
de nuestras maletas. Aún no estaban preparadas nuestras habitaciones con lo que
nos marchamos a recorrer el pueblo. Nos fuimos al barrio antiguo, San-Machi
Suji.
Caminamos por calles modernas
con soportales, lo que nos recordaba que la lluvia y la nieve eran
protagonistas durante bastante tiempo del año.
Entramos en el templo Hida
Kokubunji, construido en el año 746 por el emperador Shomu por la paz y la
prosperidad del país, aunque el edificio principal era del siglo XVI. Nos
sorprendieron esas fechas ya que nos habíamos hecho una idea diferente, como si
su aislamiento le hubiera mantenido al margen de la historia. La pagoda de tres
pisos había sido reconstruida en el año 821. Paseamos entre los santuarios
secundarios, la torre de la campana y los pequeños conjuntos funerarios.
El enorme gingko del templo se
asociaba con un cuento popular. El emperador había nombrado a los mejores
arquitectos para que construyeran una pagoda que tendría siete pisos. Cuando
los carpinteros empezaron a cortar la madera para el pilar central se dieron
cuenta de que el tronco elegido no era suficientemente alto. El arquitecto
cambió de color, lo que fue percibido por su hija Yaegiku. Cuando su padre le
contó la causa de su congoja ella le dijo que si el tronco no era
suficientemente alto para el pilar central al menos podría ser decorativo y
sustituirlo por una estructura. Así lo hizo el arquitecto. La gente que contemplaba
la torre admiraba el trabajo, lo que causó alegría en el arquitecto aunque, con
el tiempo, temió que se pudiera descubrir que la idea era de su hija. Por ello,
una noche, el arquitecto la mató, la enterró en el terreno del templo y plantó
un gingko sobre la sepultura para ocultarla. En uno de los huecos del tronco
observé una figura de piedra ataviada con una capucha y un pañuelo sobre los
hombros. Sin duda, la imagen de la inteligente e infortunada niña.
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