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El blanco y tenue sortilegio del sol japonés 148. Shirikawa y el río Shogawa.

 


El valle estaba a 500 metros de altitud en plenos Alpes japoneses. El río Shogawa dividía la zona. Y para acceder a la población había que cruzar un puente de hormigón que vibraba ostensiblemente con cada paso. Mejor concentrarse en el paisaje.

En dos semanas cambiaría el tiempo y empezaría el otoño. Ese cambio se anunciaba en algunas ramas tempraneras. El flujo de visitantes se reduciría y regresaría la calma. Los que ahora visitábamos el pueblo no éramos multitud, con lo que nos integrábamos sin alterar el ritmo rural. Las flores de colores vivos reclamaban atención. Varios niños y jóvenes se afanaban con sus lienzos y pinceles en retratar ese ámbito. Cada rincón era hermoso.

Un haiku del poeta Kiorai se cruzó con nosotros en la calle:

Es ya mi aldea

un sueño en un viaje.

Ave de paso.

A quien permaneciera en invierno le esperaban dos metros de nieve y quizá algún artilugio de madera para el transporte.

“La vida discurría en voz baja, se movía con una lentitud astuta, como un animal acorralado en su madriguera. El mundo parecía estar a siglos de distancia”-escribió Baricco.

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