El valle estaba a 500 metros de
altitud en plenos Alpes japoneses. El río Shogawa dividía la zona. Y para
acceder a la población había que cruzar un puente de hormigón que vibraba
ostensiblemente con cada paso. Mejor concentrarse en el paisaje.
En dos semanas cambiaría el
tiempo y empezaría el otoño. Ese cambio se anunciaba en algunas ramas
tempraneras. El flujo de visitantes se reduciría y regresaría la calma. Los que
ahora visitábamos el pueblo no éramos multitud, con lo que nos integrábamos sin
alterar el ritmo rural. Las flores de colores vivos reclamaban atención. Varios
niños y jóvenes se afanaban con sus lienzos y pinceles en retratar ese ámbito.
Cada rincón era hermoso.
Un haiku del poeta Kiorai se cruzó con nosotros en la calle:
Es ya mi
aldea
un sueño
en un viaje.
Ave de
paso.
A quien permaneciera en invierno
le esperaban dos metros de nieve y quizá algún artilugio de madera para el
transporte.
“La vida discurría en voz baja,
se movía con una lentitud astuta, como un animal acorralado en su madriguera.
El mundo parecía estar a siglos de distancia”-escribió Baricco.
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