Cuando terminé de leer Seda, del autor italiano Alessandro
Baricco, sentí la necesidad de compartir el libro con mi entorno. Lo presté
varias veces y a todo el mundo le gustó. La más entusiasta fue mi madre.
Un día, a la hora de comer me lo
confesó:
-El libro es preciso pero me ha
gustado más porque es la historia de mi abuelo.
Mi bisabuelo no fue Hervé
Joncourt, el comerciante de gusanos de seda protagonista de la obra. Fue un
tratante de seda que desde Murcia comerciaba con toda Europa y que le llevó a
ser uno de los más importantes del sur del continente en el siglo XIX,
contemporáneo de la acción del libro que discurre con un ritmo acariciante y
con una sensibilidad exquisita.
Mi abuelo nunca estuvo en Japón,
el destino que busca Hervé para paliar sus problemas de abastecimiento a
consecuencia de las plagas. "Esa isla está llena de gusanos de seda. Y la
isla a la que en doscientos años no han conseguido llegar ni un comerciante
chino ni un asegurador inglés es una isla a la que no llegará ninguna
enfermedad"-apostilla Baldabiou, otro de sus personajes. "Siempre
recto. Hasta el fin del mundo", era su forma de situar aquel país aislado
al otro lado del planeta.
Y, en su viaje, Hervé pasó por
Shirakawa. Cerca de este pueblo realizó la transacción que le había llevado
hasta aquel lejano país y al que regresó en varias ocasiones. Era evidente que
teníamos que visitar Shirakawa, el pueblo que algo tenía que ver con mi
bisabuelo.
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