Cruzamos un puente sobre el río
Enakogawa, visitamos el depósito del tesoro del templo de Takayama Betsuin, que
ya había cerrado sus puertas y nos dirigimos al hotel. Era el momento de
reconfortarse.
Las aguas termales de la zona
habían sido canalizadas para disfrute de los huéspedes. Bajamos al onsen, el baño típico japonés.
Para los japoneses, lo primero
es la higiene y después el placer. En el hotel de Tokio, junto a la bañera,
había unos barreños y una manguera para enjabonarse y ducharse antes de entrar
y darse un baño con sales. En el onsen
también había que enjabonarse y ducharse antes de entrar en la piscina termal. Nos
sentamos en uno de los escalones, charlamos, dejamos que los poros se abrieran
y que el cuerpo se relajara. Recordaba a un baño romano o turco donde al placer
de las aguas se unía el de la conversación. Cuando el cuerpo adquiría demasiado
calor, una ducha y a repetir. No demasiado tiempo.
Regresamos a las habitaciones
con menos cansancio, con los músculos relajados. Una taza de té verde era el
complemento perfecto. Sobre el tatami dejamos pasar el tiempo.
Fue una chulada
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