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El blanco y tenue sortilegio del sol japonés 142. El placer de un onsen a la caída de la tarde.


 

Cruzamos un puente sobre el río Enakogawa, visitamos el depósito del tesoro del templo de Takayama Betsuin, que ya había cerrado sus puertas y nos dirigimos al hotel. Era el momento de reconfortarse.

Las aguas termales de la zona habían sido canalizadas para disfrute de los huéspedes. Bajamos al onsen, el baño típico japonés.

Para los japoneses, lo primero es la higiene y después el placer. En el hotel de Tokio, junto a la bañera, había unos barreños y una manguera para enjabonarse y ducharse antes de entrar y darse un baño con sales. En el onsen también había que enjabonarse y ducharse antes de entrar en la piscina termal. Nos sentamos en uno de los escalones, charlamos, dejamos que los poros se abrieran y que el cuerpo se relajara. Recordaba a un baño romano o turco donde al placer de las aguas se unía el de la conversación. Cuando el cuerpo adquiría demasiado calor, una ducha y a repetir. No demasiado tiempo.

Regresamos a las habitaciones con menos cansancio, con los músculos relajados. Una taza de té verde era el complemento perfecto. Sobre el tatami dejamos pasar el tiempo.

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