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El blanco y tenue sortilegio del sol japonés 120. Fushimi Inari III

 


La montaña albergaba 32.000 pequeños santuarios, bunsha, como los denominaban. Los flanqueaban dos zorros, uno masculino y otro femenino. Se decía que Inari podía ser una divinidad masculina, femenina o andrógina. Los zorros, denominados kitsune, eran sus mensajeros. Muchos llevaban una llave en la boca que simbolizaba la llave que abre el granero del arroz. Otros portaban una joya, una hoz para cortar la planta del arroz o un pergamino. Les habían puesto unos baberos rojos que les daban un aspecto simpático. Se decía que los kitsune tenían un gran poder curativo. Se les atribuían poderes purificadores que les permitían expulsar fantasmas y demonios. En los puestos de comida que jalonaban el ascenso era habitual tomar los kitsune udon, gruesos fideos que recibían su nombre de los zorros.

Descansamos ante un pequeño lago rodeado de altos árboles. Allí se acumulaba un gran número de pequeños santuarios, en general bien cuidados. Más arriba se abría un mirador sobre la ciudad. En lo más alto, el santuario principal.

El santuario se vinculaba con una curiosa costumbre que leí en Kioto, de Watanabe. Consistía en visitar todos los años el santuario el primer día del mes del caballo-según su denominación china-y comprar una estatuilla del dios de la felicidad, el barrigudo Hotei, hasta reunir siete. Si durante ese tiempo se producía una muerte en la familia, se tiraban las estatuillas y se empezaba de nuevo la colección. Las estatuillas se colocaban en un lugar visible de la casa.

Era noche cerrada cuando tomamos el tren para Kioto. Cenamos cerca del hotel. Nos fuimos inmediatamente después a descansar.


 

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