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El blanco y tenue sortilegio del sol japonés 132. Rumbo a las montañas del norte.

 


Las montañas del norte, los Alpes japoneses, nos habían atraído al organizar el viaje por su magia y su hermosura. Hasta entonces, la hermosura había sido principalmente urbana, aunque nuestras incursiones en la montaña y el bosque de Nikko, o en los templos de las montañas que rodeaban Kioto o la isla de Miyajima nos habían procurado paisajes donde predominaba la naturaleza. Era el momento de dirigirse hacia el norte para consolidar nuestra percepción del mundo rural y, sobre todo, del mundo mágico habitado por los espíritus. "Al contacto mágico de lo bello-escribió Okakura Kakuzo- despiertan las cuerdas secretas de nuestro ser y en respuesta a su llamamiento vibramos y temblamos".

El tren para Takayama salía a las 8.31 de la mañana, lo que nos obligó a madrugar. A las 6.30 estábamos arriba preparando nuestras maletas. Sentimos una punzada de dolor al abandonar Kioto. Nuestra esperanza se cifraba en otro viaje que nos permitiera profundizar en sus bellezas.

Nos entretuvimos en la estación con la frecuencia y eficacia de los trenes, especialmente Javier, que tomaba nota mentalmente de los movimientos y las maniobras, de la entrada de un convoy que arrojaba su carga humana, recogía otra nueva, se producía una momentánea confusión y continuaba con su realidad cíclica. Había fugacidad en todo el proceso y una admiración por algo efímero: el ritual ferroviario.

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