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El blanco y tenue sortilegio del sol japonés 131. Yasaka II

 


Dediqué un paseo a los pabellones y a los múltiples santuarios rodeados de lámparas de papel o de piedra, a la caligrafía que no podía asimilar.

En el año 869 su santuario portátil, el palanquín sagrado, fue sacado en procesión para pedir el cese de una epidemia y así nació el Gion Matsuri, su conocido festival del mes de julio.

Llegó el momento de cerrar y me marché con cierta nostalgia.

Viento del río

en kimono de verano

frescor de noche.

Al regresar encontré a la gente sentada a orillas del río, observando su paso monótono y silencioso, rodeando las piernas con sus brazos, quizá recordando ese haiku de Basho, quizá dejando la mente en blanco, como los monjes zen. Esos filósofos temporales formaban una larga hilera y se refrescaban con la brisa tras una jornada de sol intenso que les había dejado la piel enrojecida y el rostro risueño.

Días pausados.

En un rincón de Kioto

Se escuchan ecos.[1]

En las terrazas de los restaurantes que daban al río se empezaba a cenar.

Me introduje por Pantocho, pasé a la paralela, Kiyamachi, menos animada pero también atractiva. Encendían las primeras luces y el ambiente nocturno tomaba el relevo.

Por Kawaramachi regresé al hotel para una ducha y un merecido descanso. Cené en esa misma calle en un restaurante de sushi. Todo delicioso.

En el paseo posterior, en solitario, contemplé cómo detenían a unos jóvenes. Lo hicieron sin estrépito, procurando dar la menor publicidad. Si no hubiera sido por el furgón de la policía parecería un control de documentos de identificación.

Casi al mismo tiempo que entré en el hotel llegaron mis amigos de Osaka y me comentaron sobre la moderna y espectacular arquitectura de la ciudad.


 



[1] Haiku de Buson.

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