Dediqué un paseo a los
pabellones y a los múltiples santuarios rodeados de lámparas de papel o de
piedra, a la caligrafía que no podía asimilar.
En el año 869 su santuario
portátil, el palanquín sagrado, fue sacado en procesión para pedir el cese de
una epidemia y así nació el Gion Matsuri, su conocido festival del mes de
julio.
Llegó el momento de cerrar y me
marché con cierta nostalgia.
Viento
del río
en
kimono de verano
frescor
de noche.
Al regresar encontré a la gente
sentada a orillas del río, observando su paso monótono y silencioso, rodeando
las piernas con sus brazos, quizá recordando ese haiku de Basho, quizá dejando la mente en blanco, como los monjes
zen. Esos filósofos temporales formaban una larga hilera y se refrescaban con
la brisa tras una jornada de sol intenso que les había dejado la piel
enrojecida y el rostro risueño.
Días
pausados.
En un
rincón de Kioto
Se
escuchan ecos.[1]
En las terrazas de los restaurantes
que daban al río se empezaba a cenar.
Me introduje por Pantocho, pasé
a la paralela, Kiyamachi, menos animada pero también atractiva. Encendían las
primeras luces y el ambiente nocturno tomaba el relevo.
Por Kawaramachi regresé al hotel
para una ducha y un merecido descanso. Cené en esa misma calle en un
restaurante de sushi. Todo delicioso.
En el paseo posterior, en
solitario, contemplé cómo detenían a unos jóvenes. Lo hicieron sin estrépito,
procurando dar la menor publicidad. Si no hubiera sido por el furgón de la
policía parecería un control de documentos de identificación.
Casi al mismo tiempo que entré
en el hotel llegaron mis amigos de Osaka y me comentaron sobre la moderna y
espectacular arquitectura de la ciudad.
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