La primera tarde-noche en la
ciudad nos habíamos acercado a visitarlo. Paseamos entre los diversos
edificios, los intuimos en la oscuridad, y me quedó la sensación de que este
templo zen guardaba algo más. No me equivoqué. Su interior merecía la pena.
El segundo año de la era Kennin,
1.202, en la época Kamakura, dio nombre al templo. Su impulso se debió al monje
Yousai, quien viajó a China para ampliar sus estudios sobre el budismo.
La meditación y el trabajo
conducían a la superación del dolor y el mejor lugar para meditar era este
templo de la secta zen Rinzai. Sus salas estaban vacías. En los muros de madera
y papel destacaban unas hermosas pinturas. Los dioses del viento y el trueno
eran juguetones y sonrientes, al contrario que en el templo anterior, saltaban
alegres por las nubes como dos chiquillos entusiastas que hubieran salido al
patio a pasar la tarde. Otras pinturas elogiaban la sombra en tonos suaves,
tinta que intuía figuras y definía sentimientos, árboles, flores, ancianos,
maestros... y un dragón.
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