Hasta la creación de Nara como
capital permanente en el centro del nuevo estado, cada gobernante había
construido un nuevo palacio desde el cual controlaba los designios del país.
Asuka o la capital Fujiwara, en la propia prefectura de Nara, fueron esos
antecedentes más inmediatos.
El nacimiento de Nara estaba
vinculado al nacimiento de Japón como estado. La necesidad de un gobierno más
centralizado y poderoso se evidenció a mediados del siglo VII y tuvo un
protagonismo exterior. La amenaza de una invasión desde Corea por parte del
reino de Silla y sus aliados chinos de la dinastía Tang obligó a poner en
marcha un programa para construir fortificaciones en la que pudiera ser la ruta
de invasión. La construcción obligaba a crear una burocracia que se coordinara
mediante instrucciones escritas. Para financiar todo ello se exigían impuestos
recaudados de forma eficaz. La autoridad del trono y el control de las zonas periféricas
supusieron instaurar leyes escritas, un censo y un sistema de reclutamiento. La
defensa implicaba la creación de un estado.
El periodo Nara abarcó desde 710
hasta 794. Hacia mediados del siglo VIII la ciudad contaba con unos cien mil
habitantes y se extendía en una cuadrícula de cinco kilómetros por cada lado,
algo más en el eje este-oeste.
La
ciudad real,
Nara, la
de la tierra azul verdosa,
como los
árboles florecientes
que
resplandecen con una fragante frescura
se halla
ahora en la cima de su esplendor.[1]
Así se expresó el poeta para
resaltar la importancia de la ciudad.
Fue un bonito sitio para visitar
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