Nos despertamos a las 6.45. Nos
esperaba el tren de las 8.33 a Nara. Tras el preceptivo desayuno, tomamos un
taxi hasta una parte de la estación que no era tan moderna como la del día
anterior: la de cercanías. Fue una breve incursión al sur de la estación que
correspondía a la zona que habitualmente no visitaban los turistas.
Tomamos el tren que realizaba
menos paradas. Ello implicaba un viaje de algo menos de una hora. El tren local
paraba en todas las estaciones y era algo más pesado. Fue el que tomamos de
regreso.
En ese desplazamiento
comprobamos los alrededores de Kioto, los barrios y ciudades por donde se
prolongaba. La densidad de casas era tremenda.
Quizá el lugar más interesante
que atravesamos fuera Uji, famoso por producir el mejor té japonés y del mundo.
Uji era mencionado varias veces en La
historia de Genji, uno de los tesoros de la literatura japonesa del periodo
Heián escrito en el siglo X.
Al llegar, nos entró la duda de
por dónde empezar y a qué zonas o templos dar preferencia, ya que un solo día
era insuficiente para visitar todos los atractivos de la ciudad. En la oficina
de turismo nos atendió una señora encantadora y eficaz, siguiendo la tónica de
buen servicio de todo el viaje. Con un excelente inglés desplegó un plano y fue
marcando los objetivos, sensatos, para el mejor aprovechamiento. Nos aconsejó
concentrarnos en el parque y sus templos. Con ello, renunciábamos a lo que se
encontraba al oeste, los restos del antiguo palacio Haijo, los túmulos en forma
de ojo de cerradura de la época de las tumbas Kofun (que datan del 250 al 592
d.C) y el templo Horyuji, que fue construido en el 607 y era la estructura de
madera más antigua del mundo.
Siguiendo sus observaciones, un
taxi nos condujo al lugar más alejado y en alto: el templo Kasuga Taisha.
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