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El blanco y tenue sortilegio del sol japonés 107. Nara, la ciudad real I

 


Nos despertamos a las 6.45. Nos esperaba el tren de las 8.33 a Nara. Tras el preceptivo desayuno, tomamos un taxi hasta una parte de la estación que no era tan moderna como la del día anterior: la de cercanías. Fue una breve incursión al sur de la estación que correspondía a la zona que habitualmente no visitaban los turistas.

Tomamos el tren que realizaba menos paradas. Ello implicaba un viaje de algo menos de una hora. El tren local paraba en todas las estaciones y era algo más pesado. Fue el que tomamos de regreso.

En ese desplazamiento comprobamos los alrededores de Kioto, los barrios y ciudades por donde se prolongaba. La densidad de casas era tremenda.

Quizá el lugar más interesante que atravesamos fuera Uji, famoso por producir el mejor té japonés y del mundo. Uji era mencionado varias veces en La historia de Genji, uno de los tesoros de la literatura japonesa del periodo Heián escrito en el siglo X.



Al llegar, nos entró la duda de por dónde empezar y a qué zonas o templos dar preferencia, ya que un solo día era insuficiente para visitar todos los atractivos de la ciudad. En la oficina de turismo nos atendió una señora encantadora y eficaz, siguiendo la tónica de buen servicio de todo el viaje. Con un excelente inglés desplegó un plano y fue marcando los objetivos, sensatos, para el mejor aprovechamiento. Nos aconsejó concentrarnos en el parque y sus templos. Con ello, renunciábamos a lo que se encontraba al oeste, los restos del antiguo palacio Haijo, los túmulos en forma de ojo de cerradura de la época de las tumbas Kofun (que datan del 250 al 592 d.C) y el templo Horyuji, que fue construido en el 607 y era la estructura de madera más antigua del mundo.

Siguiendo sus observaciones, un taxi nos condujo al lugar más alejado y en alto: el templo Kasuga Taisha.

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