Entramos por la gran puerta del
Sur, Nandaimon. Los dos guardianes
encerrados en los nichos laterales no tenían cara de muchos amigos. Siempre con
aspecto terrorífico para ahuyentar a los malvados.
Desde la entrada se abría un
amplio espacio hasta el salón que acogía al Gran Buda, el Daibutsuden. Aunque
en la actualidad medía un tercio menos del original aún seguía siendo la
estructura de madera más grande del mundo. Era imponente.
La estatua del Gran Buda era
Vairocana, el Buda del Sol Cósmico que se creía que estaba sentado en el centro
de todos los universos y se proyectaba a sí mismo en la forma de innumerables
budas que se manifestaban en diversas épocas, lugares y mundos. Medía 15 metros
y pesaba 450 toneladas. Fue en su época el buda de bronce más grande del mundo.
Tanto el edificio como la
escultura habían sufrido la destrucción de terremotos, incendios y guerras. Siempre
hubo quien se preocupara por su reconstrucción.
La mano derecha se alzaba para
instar a no tener miedo. La izquierda se abría en gesto de humildad. A su
espalda, una aureola dorada con varios budas sentados. A los lados, Kannon, la
diosa de la Misericordia de los mil brazos, y a la izquierda, el buda Yakushi.
Dos nuevos guerreros protectores se encargaban de poner orden.
La gente se arracimaba ante la
gran estatua. Después, iniciaba una pequeña procesión que rodeaba las figuras
hasta la parte trasera. Un pilar mostraba un agujero en la base. Se decía en
una leyenda que quien lograra atravesarlo alcanzaría la Iluminación. Los niños
lo conseguían sin problemas.
Dedicamos bastante tiempo a este
templo. Tenía algo más que grandiosidad. Ni siquiera el bullicio de los
visitantes podía quitarle su espíritu.
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