En un terreno más empinado se alzaba el templo Nigatsudo, de 772, desde el cual disfrutamos de una estupenda vista sobre el parque. Lámparas y estelas jalonaban el ascenso hacia su salón principal. Sufrió un incendio que lo destruyó completamente y fue reconstruido en 1667. Una de las curiosidades del templo se encontraba en la fuente de purificación que estaba adornada con un dragón enroscado a su base.
El trayecto hasta Todaiji, que
había dominado toda la zona, había sido muy agradable. No había sido un simple
traslado hacia la estructura de madera más grande del mundo.
Las instituciones religiosas se
unieron para legitimar al nuevo estado asentado en Nara. A cambio, los
emperadores patrocinaron y controlaron las instituciones budistas. El poder de
los templos quedaba escenificado en sus grandes estructuras; también en las
tierras que controlaban y que quedaban al margen de los impuestos y rentas del
emperador. Y de los ejércitos que llegaron a reunir, tan importantes como los
de cualquier daimio o señor.
Todaiji, el Gran Templo
Oriental, fue construido a mediados del siglo VIII. Supuso un enorme esfuerzo
del estado. En él trabajaron cientos de miles de personas. En la ceremonia de
dedicación, en el año 752, participaron diez mil monjes, cuatro mil músicos y
danzantes y siete mil funcionarios. La estructura superaba lo estrictamente
religioso. El Gran Buda agotó las reservas de bronce y dejó al estado al borde
de la ruina.
En el año 741, el emperador
Shomu dictó un edicto por el que se ordenaba la construcción de un sistema de
templos provinciales. Todaiji sería el templo central, el más importante, el
lugar de los rituales de estado para pedir por la paz y la prosperidad del
pueblo.
0 comments:
Publicar un comentario