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El blanco y tenue sortilegio del sol japonés 112. Nara VI y Nigatsudo




 En un terreno más empinado se alzaba el templo Nigatsudo, de 772, desde el cual disfrutamos de una estupenda vista sobre el parque. Lámparas y estelas jalonaban el ascenso hacia su salón principal. Sufrió un incendio que lo destruyó completamente y fue reconstruido en 1667. Una de las curiosidades del templo se encontraba en la fuente de purificación que estaba adornada con un dragón enroscado a su base.

El trayecto hasta Todaiji, que había dominado toda la zona, había sido muy agradable. No había sido un simple traslado hacia la estructura de madera más grande del mundo.

Las instituciones religiosas se unieron para legitimar al nuevo estado asentado en Nara. A cambio, los emperadores patrocinaron y controlaron las instituciones budistas. El poder de los templos quedaba escenificado en sus grandes estructuras; también en las tierras que controlaban y que quedaban al margen de los impuestos y rentas del emperador. Y de los ejércitos que llegaron a reunir, tan importantes como los de cualquier daimio o señor.

Todaiji, el Gran Templo Oriental, fue construido a mediados del siglo VIII. Supuso un enorme esfuerzo del estado. En él trabajaron cientos de miles de personas. En la ceremonia de dedicación, en el año 752, participaron diez mil monjes, cuatro mil músicos y danzantes y siete mil funcionarios. La estructura superaba lo estrictamente religioso. El Gran Buda agotó las reservas de bronce y dejó al estado al borde de la ruina.

En el año 741, el emperador Shomu dictó un edicto por el que se ordenaba la construcción de un sistema de templos provinciales. Todaiji sería el templo central, el más importante, el lugar de los rituales de estado para pedir por la paz y la prosperidad del pueblo.

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