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El blanco y tenue sortilegio del sol japonés 111. Nara V y Tamukeyana Hachimangu.

 



Una senda unía los templos y atravesaba una amplia zona de hierba perfecta que cuidaban los ciervos. El paseo era agradable y lo animaban las flores blancas y rosas. El calor aún nos respetaba.

Al acercarse a la montaña, el bosque ganaba en espesura y se poblaba de pequeños santuarios rojos sencillos y solemnes. Nos preguntábamos si pertenecían a un templo mayor o simplemente habían sido edificados a la memoria de alguien, para que una familia tuviera su propio lugar para elevar las plegarias. Era hermoso caminar entre rocas y gruesas raíces que asomaban del suelo, un espectáculo de cuento de hadas.



El santuario Tamukeyama Hachimangu se construyó en 749 para defender el templo Todaiji. Se escindió de éste en la época Meiji, que obligó a separar los templos budistas de los santuarios sintoístas. El interior de su sala de adoración era sencillo y acogedor. El resto de las dependencias se desperdigaban en una zona llana del nacimiento de la montaña.

Era habitual encontrar templos budistas cerca de santuarios sintoístas. “Ya en el siglo IX, muchos de los kami venerados en los santuarios se habían convertido en los guardianes de los templos budistas”-escribió Sokyo Ono-. “En los siglos posteriores, cada división principal del budismo desarrolló su correspondiente variedad sintoísta, aquella que mejor se adaptaba a sus doctrinas religiosas”.[1] El visitante podía quedar confundido por esa fusión, por el sincretismo que se intentó quebrar en la época Meiji.



[1] Sintoísmo. La vía de los kami, páginas 116 y 117.

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