ABC publicaba en la página 62 de
su edición de 4 de agosto de 2015, con motivo del 70 aniversario, una
información sobre un documental de Discovery Max que se estrenaba aquella noche, Hiroshima: la historia real, de Lucy Van
Beek. "Un documental que surge para dar voz a vivencias que, tras el
estallido de la bomba atómica sobre la ciudad nipona en 1945 quedaron
silenciadas. Queremos contar sus secuelas, sus consecuencias, y no una historia
de victoria militar americana, cuenta Van Beek"... "Es una historia
sobre la radiación, sobre los que se quedaron huérfanos tras la explosión; una historia
sobre cómo la mafia controló la ciudad o como los científicos americanos
convirtieron Hiroshima en un gran laboratorio, y a sus habitantes en
cobayas", adelantaba al periódico la directora del documental.
Los artículos de esos días
previos a nuestra salida hacia Japón recordaban también el militarismo japonés,
sus atrocidades en China, Corea y otros países, las matanzas de Nankin en 1937
(entre 150.000 y 300.000 muertos), las mujeres del consuelo o esclavas sexuales
reclutadas obligatoriamente para satisfacer a los soldados japoneses. También
el crecimiento del nacionalismo y las tensiones actuales de Japón con China y
Corea del Norte.
Quien no supiera de su
desgracia, creería que Hiroshima era una más de las ciudades japonesas que
habían levantado un trazado moderno de anchas avenidas y torres de acero y
cristal para mostrar su pujanza económica. Esa era la idea que se captaba desde
el taxi que nos llevó desde la estación hasta el parque de la Paz.
El taxi nos dejó casi en la
confluencia de los ríos Kyuotagawa y Motoyasugawa. Desde ese puente se
observaba la cúpula que había resistido la caída de la bomba atómica. Era el
edificio de la Galería de promoción industrial prefectural de Hiroshima. Fue el
único edificio que resistió. Por ello, tras muchas controversias, se decidió
dejarlo en ese estado y reforzarlo para que no colapsara.
Algunas personas lloran al
contemplar ese monumento por el significado que posee en relación con la
hecatombe. Corta el habla y obliga a reflexionar. Nos recuerda lo que fue para
que nunca más ocurra. Lo rodeas y sientes horror aunque también esperanza, la
esperanza de que haya calado la lección en la humanidad.
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