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El blanco y tenue sortilegio del sol japonés 103. Hiroshima: destrucción y paz I

 


El mundo es rocío,

el mundo lo es,

pero…

Tan rápido como desaparece el rocío del haiku de Issa tras el amanecer desapareció la ciudad de Hiroshima en una mañana de agosto de 1945. El piloto de combate Takeo Tagata describe así lo que encontró al pasar por la ciudad pocos días después de la catástrofe:

“La ciudad estaba en silencio, tampoco se oyeron sirenas de alarma. Pero teníamos delante un escenario de destrucción. La estructura de la estación había desaparecido casi completamente. Vi columnas retorcidas. Había escombros por todas partes. En lugar del techo de acero de la estación, se veían andenes de hormigón desnudos. Los vagones estaban boca arriba…

…Hasta donde alcanzaba mi vista, Hiroshima estaba completamente aplastada bajo el brillante sol de la mañana. El castillo había desaparecido, y sólo quedaban las murallas. Por todas partes vi cadáveres, incluso de niños. Era un espectáculo increíble: cientos de cadáveres. El hedor de cuerpos descomponiéndose era insoportable.

Los pasajeros que habían salido del tren se quedaron anonadados. Muchos negaban con la cabeza, como si estuvieran delante del infierno. Muchos expresaron repugnancia ante esta atrocidad incalificable. La gente lloraba a gritos, sin preocuparse de enjugarse las lágrimas. Pensé: ¡qué enorme pecado ha cometido el hombre! Mi consternación era aún mayor porque me habían dicho que el Ejército del Aire japonés seguía a rajatabla la norma de no atacar objetivos civiles.[1]



Los antiaéreos de la ciudad detectaron a Enola Gay aunque volaba demasiado alto y en solitario por lo que no activaron la alarma. Quizá tampoco hubiera servido para nada ya que los refugios antiaéreos no estaban preparados para una destrucción tan inmensa.

La bomba estalló a 800 metros del suelo y eso acrecentó su efecto devastador. De haber chocado contra el suelo hubiera producido un impresionante cráter pero hubiera atenuado las consecuencias.

Si sirviera para remover las conciencias y que nunca más se produjera esta catástrofe, para algo habría servido.



[1] Texto extraído de Kamikazes, de Albert Axell y Hideaki Kase. La esfera de los libros.

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