La construcción estuvo
mediatizada por las nuevas estrategias militares y por la irrupción de las
armas de fuego. Esa época supuso un cambio en la tendencia constructiva de
fortalezas. Los castillos en la llanura sustituían a los de montaña al permitir
un mejor abastecimiento de núcleos de población más amplios. En torno a éstos
crecieron las ciudades.
El castillo estaba rodeado por
un amplio foso. Tan ancho que daba para unos paseos en barca. Siempre me ha
gustado comprobar que estas construcciones para la guerra son tan atractivas
cuando han pasado a ser inútiles para sus fines. El turismo ha contribuido
mucho a ello. Lo cierto es que cuando se terminó de construir el castillo, con
las últimas técnicas en la materia, Japón entró en un largo período de paz, por
lo que nunca se llegó a probar en combate la bondad de su ingeniería militar.
Para salvar el obstáculo del
foso cruzamos por un elegante puente de madera.
La zona delimitada por el foso
se denominaba sannomaru o complejo
exterior. Pasada la primera puerta accedimos a un amplio patio, un enorme
espacio donde no volvió a nacer la hierba. El castillo siempre gustó de
mantener las distancias, bien con quienes se consideraban amigos o enemigos. Me
gustó el gesto de un chavalín con los brazos: hubiera sido un buen campo para
practicar el béisbol. En España le hubieran puesto unas porterías. Que hubiera
poca hierba no era tan preocupante.
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