Caminando por pasillos y
galerías, por caminos entre altos muros, atravesando puertas que eran trampas
mortales, fuimos penetrando en el complejo interior, el ninomaru (según apunté, por la puerta Hishi), el segundo círculo de
defensa. El tercero era el hommaru o
complejo central. El sistema determinaba que si se abandonaba una posición se
replegaban las fuerzas y se seguía combatiendo.
Para confundir al atacante se
utilizaba todo tipo de tretas. Por ejemplo, tras la puerta del Agua había una
bajada, lo que daba la impresión de que era una ruta de salida en vez de
penetración. Puertas bajas y estrechas ralentizaban el paso.
Creo que era la sexta puerta del
Agua la que marcaba la entrada a la torre principal. Con nuestra bolsa de
plástico, en que nos habían obligado a depositar nuestro calzado, empezamos el
ascenso por el interior que, según leímos, estuvo profusamente decorado, lo que
convertiría un edificio militar en una residencia nobiliaria al estilo de un chateau francés:
"La
estética era un factor muy importante a la hora de construir un castillo, y no
sólo para complacer a su dueño, sino también porque "su propósito era
impresionar a los enemigos con su elegante interior y asustarlos con su
fortaleza"-leímos en la Breve
historia de la civilización japonesa. Una forma de impresionar a la gente
era con la riqueza de la decoración. Las oscuras salas interiores del castillo eran
"suntuosas hasta llegar al absurdo". El castillo de Hideyoshi incluso
tenía cerraduras y cerrojos de oro, y columnas y techos revestidos con el metal
precioso”, continuaba la Breve historia.
“Las pinturas en las paredes, las puertas corredizas y los biombos decoraban y
alegraban el interior del castillo. Para satisfacer las necesidades y los
gustos nuevos, las pinturas solían ser de gran tamaño y lucían colores
llamativos. Se empleaba el pan de oro para crear un fondo liso, con el
resultado de que “su irrealidad refuerza el carácter enérgico de los objetos
pintados".
En la última planta, un
santuario sintoísta en honor de Osakabe-Myojin, la divinidad protectora del
castillo, reunía a quienes le presentaban sus respetos.
Las vistas desde lo alto eran
impresionantes. Daban una idea de la complejidad del sistema defensivo, se
apreciaban los límites de la ciudad y las montañas del horizonte. Evidenciaban
torres y patios, muros y pasajes, tejados que brillaban con sus tejas vidriadas.
Los remataban unos peces mitológicos con cabeza de dragón, enormes.
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