Los edificios o pabellones
recordaban a casas tradicionales. Muchas religiones se han inspirado en las
casas del lugar para diseñar sus templos y sus dependencias. La casa de Tamura
se convirtió en el hogar de Kannon. Al no haber explicaciones en inglés para
determinadas construcciones era imposible saber su origen o utilidad. Lo que sí
era evidente era su armonía y su articulación con la naturaleza que los acogía.
Los patios o los ámbitos no
seguían un esquema lineal, imposible por el terreno en cuesta. Los ámbitos se
sucedían en plataformas que albergaban el pabellón de los sutras, el del
fundador, el Asakura… Hasta el Hon-do,
el principal, el que acogía la imagen de Kannon y salvaba el desnivel con una
impresionante estructura de andamios en madera. El premio era una espectacular
vista sobre la ciudad de Kioto, a la derecha, y del bosque y la montaña al
frente y a la izquierda. La terraza estaba atestada de gente buscando la foto
perfecta.
Kannon era la encarnación de la
misericordia, la denominación japonesa para Avalokitesvara, el más importante
de los seres que posponían su propia salvación para ayudar a otros, uno de los bodhisattvas. A veces he pensado que
serían como nuestros santos, salvando las distancias. Los bodhisattvas eran muy queridos y adorados por esa generosidad
innata. Kannon originariamente había surgido con forma de hombre pero con el
tiempo se le fue considerando una mujer y esa era la representación más
habitual.
Los budistas necesitaban esas
representaciones. Les desconcertaba el nirvana como algo abstracto. La creencia
de que se podía acumular mérito con las buenas obras, la idea de que hubiera un
orden moral invisible gobernando el universo reconfortaba a los fieles, que
serían recompensados en esta vida o en la siguiente.
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