Después de tanta observación
trascendental era el momento de comer. Javier había localizado un restaurante
de sushi en el traslado entre templos y hacia él nos dirigimos con un calor
aplastante. Mereció la pena.
Era un restaurante familiar,
amplio, algo poco habitual, y con una peculiaridad: una cinta transportadora de
los platos. Lo denominaban kaitenzushi.
Continuamente iban pasando platitos con dos piezas de sushi. Si te agradaba
alguno, lo sacabas con un hábil movimiento de muñeca y, a comer. Obligaba a
estar atento.
Nos portamos como auténticos
campeones del sushi ya que nos comimos treinta y tres platos. Por cada quince
te regalaban una pelotita de plástico con un regalo. Si querías encargar algo
buscabas en una pantalla. El que descifró los entresijos de ese sistema fue
Arturo, siempre ducho en temas informáticos. Tenía algo de manga y anime. Cuando
estaba preparado, lo anunciaba la pantalla con la salida de un muñequito que
realizaba una reverencia. Entonces salía, pero por una cinta superior y no la
habitual.
Las cervezas nos devolvieron el
aliento pero nos dieron un poco de sueño. Nos dio vagancia arrancar para ir al
castillo de Nijo.
0 comments:
Publicar un comentario