Posiblemente una de las imágenes
más hermosas del viaje fue la del Pabellón de Oro asomado al lago y con el
bosque y las montañas de telón de fondo. Aunque esa primera imagen quedaba
mediatizada por el jaleo que organizaba la gente enfervorecida intentando
hacerse una foto con esa idílica estampa.
Saltado ese primer tapón, y a
pocos metros, se disolvía lo suficiente aquel ajetreo como para que pudiéramos
disfrutar de lo que representaba la Tierra Pura de Buda en este mundo. El
pabellón brillaba como un faro de iluminación que marcaba la senda hacia el
nirvana. El océano estaba tranquilo y las islas acrecentaban la perspectiva del
paisaje. Asocié la imagen con un haiku
de Basho:
Un viejo
estanque.
Se
zambulle una rana:
ruido
del agua.
Me imagino al shogun caminando
por las sendas del amplio jardín en silencio, un silencio sólo alterado por una
rana que se zambullía en el agua y que generaba un pensamiento que se
desarrollaría con cada paso.
Los Ashikaga estuvieron muy
vinculados con los monjes zen y con su estética. El monje Muso Soseki convenció
al primer shogun de este clan, Takauji, para que creara un sistema nacional de
templos zen. Estos monjes potenciaron un nuevo interés por China y fueron los
que se beneficiaron de ese comercio. Su estética de lo efímero, de la
simplicidad se trasladó a la arquitectura y a las representaciones artísticas.
Kenko afirmaba que el carácter perecedero era un componente esencial y un
requisito previo necesario para la belleza.
0 comments:
Publicar un comentario