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El blanco y tenue sortilegio del sol japonés 76. El palacio imperial IV


Las puertas de acceso al recinto eran vistosas, imperiales, resaltaban el poder a través de una arquitectura y decoración algo recargadas. Si hubiéramos sido uno de los súbditos o de los invitados del emperador hubiéramos entrado por el Okurumayose, hubiéramos esperado la audiencia en una de las tres salas del Shodaibunoma, según nuestro rango, hubiéramos admirado las pinturas que adornaban sus paredes o puertas, con tigres, grullas o cerezos y el emperador se hubiera dirigido desde el Seiryoden, su residencia, hasta el pabellón de la recepción. Si la ceremonia era importante se utilizaba el Shishinden. También para la coronación.

Las estancias, de madera y cubiertas de tejados de esquinas alzadas, estaban unidas por pasillos y dejaban entre ellas patios y espacios abiertos ahora silenciosos y que bullían de actividad en la época en que se asentaba la corte en Kioto. Los tronos se observaban en el interior del Shishinden.
El traslado de la capital a Tokio se escenificó en el Kogosho, también dedicado a ceremonias de la corte. Más recogido era el Ogakumonjo, sin tanto boato. Quizá en esa ocasión los cortesanos jugaran al kemari, su juego favorito, muy cerca.
Para deleitar la mirada, los jardines de arena blanca o el precioso jardín Oikeniwa, con su puente, su estanque y sus fornidos árboles. Como dijo Basho:
Perfume de crisantemos
Suelas usadas
En el jardín.
La espada y el sello se conservaron en la estructura más grande, el Otsunegoten. El espejo, en el santuario de Isé. Los símbolos del imperio convivían cerca del monarca. Aquí también vivió hasta su traslado a Tokio.

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