Las puertas de acceso al recinto
eran vistosas, imperiales, resaltaban el poder a través de una arquitectura y
decoración algo recargadas. Si hubiéramos sido uno de los súbditos o de los
invitados del emperador hubiéramos entrado por el Okurumayose, hubiéramos esperado la audiencia en una de las tres
salas del Shodaibunoma, según nuestro
rango, hubiéramos admirado las pinturas que adornaban sus paredes o puertas,
con tigres, grullas o cerezos y el emperador se hubiera dirigido desde el Seiryoden, su residencia, hasta el
pabellón de la recepción. Si la ceremonia era importante se utilizaba el Shishinden. También para la coronación.
Las estancias, de madera y
cubiertas de tejados de esquinas alzadas, estaban unidas por pasillos y dejaban
entre ellas patios y espacios abiertos ahora silenciosos y que bullían de
actividad en la época en que se asentaba la corte en Kioto. Los tronos se
observaban en el interior del Shishinden.
El traslado de la capital a
Tokio se escenificó en el Kogosho,
también dedicado a ceremonias de la corte. Más recogido era el Ogakumonjo, sin tanto boato. Quizá en
esa ocasión los cortesanos jugaran al kemari,
su juego favorito, muy cerca.
Para deleitar la mirada, los
jardines de arena blanca o el precioso jardín Oikeniwa, con su puente, su estanque y sus fornidos árboles. Como dijo
Basho:
Perfume
de crisantemos
Suelas
usadas
En el
jardín.
La espada y el sello se
conservaron en la estructura más grande, el Otsunegoten. El espejo, en el santuario de Isé. Los símbolos del
imperio convivían cerca del monarca. Aquí también vivió hasta su traslado a
Tokio.
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