"Dormir donde la sagrada
espada, llamada Kusanaga no Tsurugi,
y la joya sagrada, Yusakani no Magatama,
estuvieron guardadas era una de las condiciones importantes para un
emperador"-leí en el estudio previo a El
cuento del cortador de bambú. Esos atributos imperiales, junto con el
espejo imperial, fueron entregados por la divinidad como signos de poder. Estaba
claro que el lugar tenía una resonancia especial y que aún perduraba algo de
aquel poder y ceremonial.
Para la construcción se siguió
el ejemplo de la Ciudad Prohibida de Pekín con un eje norte-sur. Varios
pabellones salpicaban un espacio de 5,3 kilómetros por 4,5 kilómetros que
sufrieron la destrucción del fuego y de la guerra y que fueron reconstruidos
varias veces, algo también habitual en los templos.
El folleto que nos entregaron
informaba de que el palacio ocupaba un lugar fijo llamado dairi. Cada vez que había que reconstruirlo, el emperador se
hospedaba en la residencia de uno de los miembros de la aristocracia. Esa
residencia temporal se denominaba sato-dori.
El palacio que visitamos era uno de esos sato-dori
producto de la reconstrucción efectuada por los Tokugawa tras el incendio de
1854. En 1869 se decidió trasladar la capital a Tokio.
El lunes de la visita el calor era
espeso y húmedo. El grupo al que nos habían asignado era bastante amplio, unas sesenta
personas, lo que impidió un mejor disfrute. La guía que nos acompañó realizó un
excelente trabajo y combinó las explicaciones arquitectónicas con la historia y
el ritual y alguna anécdota interesante. Como que el extremo nororiental del
rectángulo del perímetro del palacio, denominado Sarugat-suji, estaba retranqueado por ser el lugar por el que
penetraban las desgracias.
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