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El blanco y tenue sortilegio del sol japonés 75. El palacio imperial III


"Dormir donde la sagrada espada, llamada Kusanaga no Tsurugi, y la joya sagrada, Yusakani no Magatama, estuvieron guardadas era una de las condiciones importantes para un emperador"-leí en el estudio previo a El cuento del cortador de bambú. Esos atributos imperiales, junto con el espejo imperial, fueron entregados por la divinidad como signos de poder. Estaba claro que el lugar tenía una resonancia especial y que aún perduraba algo de aquel poder y ceremonial.
Para la construcción se siguió el ejemplo de la Ciudad Prohibida de Pekín con un eje norte-sur. Varios pabellones salpicaban un espacio de 5,3 kilómetros por 4,5 kilómetros que sufrieron la destrucción del fuego y de la guerra y que fueron reconstruidos varias veces, algo también habitual en los templos.

El folleto que nos entregaron informaba de que el palacio ocupaba un lugar fijo llamado dairi. Cada vez que había que reconstruirlo, el emperador se hospedaba en la residencia de uno de los miembros de la aristocracia. Esa residencia temporal se denominaba sato-dori. El palacio que visitamos era uno de esos sato-dori producto de la reconstrucción efectuada por los Tokugawa tras el incendio de 1854. En 1869 se decidió trasladar la capital a Tokio.
El lunes de la visita el calor era espeso y húmedo. El grupo al que nos habían asignado era bastante amplio, unas sesenta personas, lo que impidió un mejor disfrute. La guía que nos acompañó realizó un excelente trabajo y combinó las explicaciones arquitectónicas con la historia y el ritual y alguna anécdota interesante. Como que el extremo nororiental del rectángulo del perímetro del palacio, denominado Sarugat-suji, estaba retranqueado por ser el lugar por el que penetraban las desgracias.

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