Un detalle más: a las japonesas
les encantaban las plataformas. Tan coquetas ellas, se alzaban sobre esos
rascacielos de los pies que las convertían en mujeres altas, aunque no lo
fueran. Era la moda y a ella se debían.
Es probable que alguna de ellas
fuera lo que denominaban una “ama de casa profesional”. Una madre que trabajaba
era un caso raro. La mayoría lo dejaba tras el primer parto. Era una
consecuencia de las políticas gubernamentales de los años 80 y que tenían por
objeto preservar la familia. Se observaba con recelo la evolución de esa
institución en Europa y Estados Unidos, donde cada vez los ciudadanos se
casaban más tarde, tenían pocos hijos y se multiplicaban los divorcios, según
comprobé en un artículo de Inés Possemeyer. Los privilegios fiscales y de pensiones animaron a la mujer a quedarse en casa
y cuidar de los niños. Los padres pasaban poco tiempo con sus hijos, una media
de 39 minutos al día. No jugaban con ellos e incluso tenían miedo a enfrentarse
a la familia en el fin de semana. Los maridos no ayudaban en las tareas
domésticas. Sólo uno de cada cinco colaboraba cuando en el matrimonio
trabajaban ambos.
Las madres eran arrinconadas en
el progreso laboral. Algunas estaban exentas de trabajos adicionales, las horas
extra que se consideraban un signo de fidelidad a la empresa, lo que les
permitía salir a las 5 de la tarde pero a costa de renunciar a una carrera
profesional. El porcentaje de mujeres en posiciones directivas rondaba el 10
por ciento. El gobierno se proponía triplicarlo y alcanzar el 30 por ciento en
2020.
Un tremendo panorama, sin duda.
Buscamos entretenimiento durante
el trayecto. Lo habitual en ese cosmos de líneas férreas era encontrar gente
mirando el móvil, escuchando música con cascos y ausentándose del mundo en una
nueva forma de meditación autista. Por supuesto, todos en silencio o hablando
en susurros. Si alguien levantaba la voz era extranjero. Nunca sonaban los
móviles, nadie mantenía conversaciones a gritos. Aún me pregunto qué ocurriría
cuando alguien perdía el móvil (que se lo robaran era improbable). Perdería
toda distracción o se haría el harakiri
por haber caído en desgracia.
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