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El blanco y tenue sortilegio del sol japonés 63. El tímido monte Fuji.


Los cuentos y las leyendas de la antigüedad narran que el emperador se enamoró de Kaguyahime, una criatura de singular belleza. Pero no era de este mundo y fue reclamada por la luna, desde donde había descendido a la tierra.
Aunque Kaguyahime había rechazado a múltiples y nobles pretendientes, se fue humanizando y acabó enamorándose del emperador. Antes de regresar a la luna, escribió una carta a éste y se la hizo entregar con un elixir de la inmortalidad. El emperador mandó que quemaran el elixir y la carta en el monte que estuviera más cercano al cielo, el monte Fuji, el monte de la inmortalidad o el monte de los muchos guerreros, por la comitiva de estos que acompañaba a quien debía cumplir su voluntad.
"El humo ascendió entonces y cuentan que todavía sigue llegando a las nubes". Es la explicación que se encuentra en El cuento del cortador de bambú (Taketori monogatari), un clásico de la literatura japonesa, a las nubes que siguen rodeando al monte Fuji y que en muchos momentos impiden su visión.
La montaña goza de una evidente connotación religiosa. Es el símbolo de algo que se debe venerar. A ello contribuye el hecho de que esta mole de más de tres mil metros, aislada en una llanura que lo singulariza más, se esconda tras una nube. La imagen que se repite en las estampas tradicionales japonesas con el cono perfecto del Fuji como telón de fondo del paisaje es complicada de ver. Más aun en verano y con un calor y una calima que fomentan la formación de esa gasa etérea.

El humo del monte Fuji ha sido utilizado como metáfora de la expresión del amor. El corazón arde por el amor y su humo se condensa en torno del lugar venerado. “En la era del emperador Suzaku, se oyó una voz entre el humo del monte Fuji que decía:
El monte más alto es el Fuji.
y el humo que sale del Fuji
no se agota nunca.
¡Qué extraordinaria debe de ser
La razón del por qué!
Preguntaron quién estaba hablando y contestó que era Kaguyahime”.
Desde la ventanilla del vagón tratamos infructuosamente de encontrar el Fuji, que sí habíamos contemplado en Yokohama desde la terminal marítima, a lo lejos, despojado de su nube enamorada, pleno, rotundo. Como dijo el poeta Rangai:
Quiero morir
Mirando el monte Fuji
Y de repente.
No hay que desesperar porque el monte velado puede ser motivo de felicidad:
Día de apacible felicidad
El monte Fuji velado
Por la lluvia brumosa.
Lo afirmaba el gran poeta Basho.
Por cierto, ese día no llovía.

Nota: las imágenes corresponden a Ukiyo-e o estampas de Hokosai y Hiroshige de una baraja fabricada por Fukui Asahido Co. Ltd.

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