Los cuentos y las leyendas de la
antigüedad narran que el emperador se enamoró de Kaguyahime, una criatura de
singular belleza. Pero no era de este mundo y fue reclamada por la luna, desde
donde había descendido a la tierra.
Aunque Kaguyahime había
rechazado a múltiples y nobles pretendientes, se fue humanizando y acabó
enamorándose del emperador. Antes de regresar a la luna, escribió una carta a
éste y se la hizo entregar con un elixir de la inmortalidad. El emperador mandó
que quemaran el elixir y la carta en el monte que estuviera más cercano al
cielo, el monte Fuji, el monte de la inmortalidad o el monte de los muchos
guerreros, por la comitiva de estos que acompañaba a quien debía cumplir su
voluntad.
"El humo ascendió entonces
y cuentan que todavía sigue llegando a las nubes". Es la explicación que
se encuentra en El cuento del cortador de
bambú (Taketori monogatari), un
clásico de la literatura japonesa, a las nubes que siguen rodeando al monte
Fuji y que en muchos momentos impiden su visión.
La montaña goza de una evidente connotación
religiosa. Es el símbolo de algo que se debe venerar. A ello contribuye el
hecho de que esta mole de más de tres mil metros, aislada en una llanura que lo
singulariza más, se esconda tras una nube. La imagen que se repite en las
estampas tradicionales japonesas con el cono perfecto del Fuji como telón de
fondo del paisaje es complicada de ver. Más aun en verano y con un calor y una
calima que fomentan la formación de esa gasa etérea.
El humo del monte Fuji ha sido
utilizado como metáfora de la expresión del amor. El corazón arde por el amor y
su humo se condensa en torno del lugar venerado. “En la era del emperador
Suzaku, se oyó una voz entre el humo del monte Fuji que decía:
El monte
más alto es el Fuji.
y el
humo que sale del Fuji
no se
agota nunca.
¡Qué
extraordinaria debe de ser
La razón
del por qué!
Preguntaron quién estaba
hablando y contestó que era Kaguyahime”.
Desde la ventanilla del vagón
tratamos infructuosamente de encontrar el Fuji, que sí habíamos contemplado en
Yokohama desde la terminal marítima, a lo lejos, despojado de su nube
enamorada, pleno, rotundo. Como dijo el poeta Rangai:
Quiero
morir
Mirando
el monte Fuji
Y de
repente.
No hay que desesperar porque el
monte velado puede ser motivo de felicidad:
Día de
apacible felicidad
El monte
Fuji velado
Por la
lluvia brumosa.
Lo afirmaba el gran poeta Basho.
Por cierto, ese día no llovía.
Nota: las imágenes corresponden a Ukiyo-e o estampas de Hokosai y Hiroshige de una baraja fabricada por Fukui Asahido Co. Ltd.
Nota: las imágenes corresponden a Ukiyo-e o estampas de Hokosai y Hiroshige de una baraja fabricada por Fukui Asahido Co. Ltd.
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