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El blanco y tenue sortilegio del sol japonés 64. Buscando el hotel en Kioto.


No entramos con buen pie en Kioto. Durante el viaje en tren no habíamos hecho los deberes y no sabíamos cómo llegar al hotel. Tampoco, cómo alcanzar la oficina de turismo. Se produjo un momento de pánico, paralizados por el bloqueo mental de no saber dónde ir. Pero preguntando aquí y allá, esquivando torrentes de gente que sí tenían claro dónde iban y a los que estorbábamos, nos plantamos en información, nos ubicaron, nos dieron instrucciones precisas con la amabilidad característica de este país y pasamos a buscar la parada de autobuses. Nuevas dudas surgieron en la parada. No éramos los únicos. Por cierto, la estación del tren era tan espectacular como decían.
El bus city 205 iba a parir y con las maletas, nuestras y de otros viajeros, bloqueábamos el pasillo del vehículo. Nadie se quejó de ello. No sabíamos cuándo había que pagar, si al subir o al bajar. El conductor nos sacó de dudas y nos hizo un gesto significativo de que pagáramos al salir. El trayecto fue un infierno. Los lugares que atravesamos de la ciudad no eran precisamente atractivos.
Nos bajamos en una calle concurrida y volvimos a plantearnos hacia dónde ir. Sí, estábamos cerca, pero desconocíamos si al norte, al sur, al este o al oeste se encontraba nuestro destino. Tras un breve cabreo, Arturo, nuestro jefe de mapas, entró en un centro de belleza donde las empleadas le atendieron con singular hospitalidad y eficacia. No fue necesario que se sometiera a tratamiento alguno para que le imprimieran un plano de la zona y le trazaran la ruta. Fue despedido entre reverencias y sonrisas. Efectivamente, estábamos a escasos metros del hotel Vista Premio.
Después de esas incertidumbres, fuimos conscientes de que el hotel estaba muy bien situado, en una zona animada cargada de restaurantes, tiendas y diversión. Las habitaciones eran confortables. Nos regalaron nuevas reverencias y sonrisas. Las reverencias eran una constante natural. También para pedir perdón. La inclinación del cuerpo al pedir perdón marcaba el grado de contrición de quien la realizaba. Si la ofensa había sido pequeña, el ángulo entre la vertical y la posición de perdón era pequeño. Un ángulo de 45° marcaba un propósito de la enmienda considerable.
Semanas antes de nuestra salida, el presidente de Toshiba y otros altos directivos dimitieron al salir a la luz los manejos contables por los que habían inflado los beneficios de la empresa en más de mil millones. Tras pedir perdón en la rueda de prensa, se levantó e inclinó su cuerpo hasta formar un ángulo recto, casi besando la mesa. Estaba claro que su pecado era infame y que su honor había quedado dañado de forma irreversible. Quizá en otra época, hace décadas, la deshonra le hubiera conducido al suicidio ritual.
Comimos en un pequeño restaurante cercano, Takayama, precisamente el nombre de nuestro siguiente destino en el viaje.

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