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El blanco y tenue sortilegio del sol japonés 40. Limpieza y perfección.



-Lo más cerca que vas a estar de la perfección: eso es Japón -comentaba mi amigo Mauro ante un buen plato de garbanzos con setas y foie el día que quedamos a comer para informarme del país.
Mauro había viajado a Japón dos veces por motivos de trabajo. Hasta que viajó con su familia, en las vacaciones de Semana Santa de 2015, no pudo apreciar la esencia del país.
-No verás un papel por el suelo. Todo está limpio, perfectamente organizado-continuaba en una parada durante la comida. En su entusiasmo me miraba con nostalgia y un puntito de envidia.
Vinculaba esa limpieza con las creencias dominantes.
-Tiene que ver también con la religión, con el sintoísmo, una evolución de la ceremonia de la Gran Purificación.
La conversación, casi a los postres, se orientó a la influencia de la religión en el comportamiento económico, cómo la religión puede promover el éxito en los negocios o poner mala cara ante determinadas actividades comerciales y ser una rémora para el progreso material. El sintoísmo ve con buenos ojos lo material que redunda en beneficio del colectivo, que no es egoísta.
-Son gente limpísima. Los niños tienen que limpiar la clase un día a la semana como en un acto de purificación y de humildad. Es parte de su educación.
Puede que el único barrio que se despertaba con papeles, botellas y suciedad fuera el nuestro. El peaje del cachondeo.
El suelo del metro, de los vagones, de las calles, estaba inmaculado. A pesar de que no había papeleras. Si comprabas una lata en una máquina de vending era probable que encontraras también al lado donde tirarla, pero la papelera tradicional brillaba por su ausencia. Los fabricantes de papeleras estaban condenados a la quiebra. Los papeles iban al bolso o al bolsillo. Seguro que si tirabas uno al suelo caería sobre ti todo el peso de la ley o se arrojaría sobre ti un aprendiz de sumo para quebrarte las costillas. Y sufrirías el rechazo social más tremendo.
No se cumplía ese ideal de perfección con el tendido eléctrico, más propio de otros países menos desarrollados. Los postes y el tendido eran viejos y cutres. Los cables afeaban las calles con su aspecto selvático, como lianas industriales. No los verías en las avenidas anchas, pero sí en las calles laterales o tras los rascacielos. Busco aun una explicación en los terremotos.
Un contraste a esa limpieza y perfección se hallaba en el mercado de pescado más famoso de Japón. Y, quizá, del mundo.

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