-Lo más cerca que vas a estar de
la perfección: eso es Japón -comentaba mi amigo Mauro ante un buen plato de
garbanzos con setas y foie el día que quedamos a comer para informarme del
país.
Mauro había viajado a Japón dos
veces por motivos de trabajo. Hasta que viajó con su familia, en las vacaciones
de Semana Santa de 2015, no pudo apreciar la esencia del país.
-No verás un papel por el suelo.
Todo está limpio, perfectamente organizado-continuaba en una parada durante la
comida. En su entusiasmo me miraba con nostalgia y un puntito de envidia.
Vinculaba esa limpieza con las
creencias dominantes.
-Tiene que ver también con la
religión, con el sintoísmo, una evolución de la ceremonia de la Gran
Purificación.
La conversación, casi a los
postres, se orientó a la influencia de la religión en el comportamiento
económico, cómo la religión puede promover el éxito en los negocios o poner
mala cara ante determinadas actividades comerciales y ser una rémora para el
progreso material. El sintoísmo ve con buenos ojos lo material que redunda en
beneficio del colectivo, que no es egoísta.
-Son gente limpísima. Los niños
tienen que limpiar la clase un día a la semana como en un acto de purificación
y de humildad. Es parte de su educación.
Puede que el único barrio que se
despertaba con papeles, botellas y suciedad fuera el nuestro. El peaje del cachondeo.
El suelo del metro, de los
vagones, de las calles, estaba inmaculado. A pesar de que no había papeleras.
Si comprabas una lata en una máquina de vending era probable que encontraras
también al lado donde tirarla, pero la papelera tradicional brillaba por su
ausencia. Los fabricantes de papeleras estaban condenados a la quiebra. Los
papeles iban al bolso o al bolsillo. Seguro que si tirabas uno al suelo caería
sobre ti todo el peso de la ley o se arrojaría sobre ti un aprendiz de sumo
para quebrarte las costillas. Y sufrirías el rechazo social más tremendo.
No se cumplía ese ideal de
perfección con el tendido eléctrico, más propio de otros países menos
desarrollados. Los postes y el tendido eran viejos y cutres. Los cables afeaban
las calles con su aspecto selvático, como lianas industriales. No los verías en
las avenidas anchas, pero sí en las calles laterales o tras los rascacielos.
Busco aun una explicación en los terremotos.
Un contraste a esa limpieza y
perfección se hallaba en el mercado de pescado más famoso de Japón. Y, quizá,
del mundo.
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