Con la tripa llena, bien
hidratados y mucho más tranquilos, regresamos a recepción con la idea de que
nos orientaran sobre qué hacer en esa tarde que había quedado reducida. Sumamos
un nuevo plano parcial a nuestra colección, trazaron varios círculos no muy
lejos de nuestro barrio y nos aconsejaron dirigirnos hacia el este, en las
montañas, al templo Kiyomizu, una de las joyas de la ciudad.
“Desde Kiyomizu podríamos ver la
puesta del sol sobre Kioto y el cielo sobre el Nishiyama, por dónde se oculta
el sol", escribió Yasunari Kawabata en su novela Kioto. "A Chieko-continúa-le gustaba subir allí a aquella
hora. Ante la nave principal, cuyo interior estaba oscuro, ardían unos cirios.
Chieko no se quedó en la terraza, sino que siguió hasta la capilla del fondo.
También allí se había construido un voladizo en lo alto de la vertical pared de
roca. El tejadillo de la capilla estaba cubierto con ripios de corteza de
ciprés. La plataforma era pequeña y airosa. Era como un mirador orientado hacia
la ciudad y el Nishiyama. Se veían las luces, enturbiadas en la bruma".
Chieko, la figura principal de
la novela, se desplaza al templo al inicio de la primavera. En ese momento
apenas hay gente, lo que facilita su disfrute del atardecer. Desgraciadamente,
nosotros coincidimos con un tremendo gentío, casi descalificante, ruidoso e
incómodo que impedía disfrutar completamente de la belleza del templo y su
entorno. El atardecer se evidenció cuando el templo era desalojado para cerrar.
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