Desde Shimbashi tomamos la línea
Yurikamone, un tren sin conductor. Era nuestra primera experiencia de monoraíl.
Odaiba era una isla artificial
sobre la bahía de Tokio. Había aprovechado seis islas donde se construyeron
fortalezas para la defensa de la ciudad en la época Edo, en 1853. La amenaza de
Perry y otros occidentales aconsejaba tomar medidas ante un posible ataque por
mar.
En la década de 1990 se inició
un proyecto de desarrollo urbanístico de oficinas y apartamentos, pero en 1995
se paralizó. Se había pinchado la burbuja financiera e inmobiliaria. Se retomó
el proyecto, aunque orientado hacia el ocio y los centros comerciales.
El gran protagonista de la zona
era el puente Rainbow. Sus 570 metros de tablero se habían integrado
perfectamente en el paisaje urbano. Era una estampa muy requerida por los
visitantes. Incorporó las últimas técnicas antisísmicas.
El edificio que me pareció más
llamativo fue el de la cadena de televisión Fuji, con una esfera en la parte
alta central. Se podía ascender hasta un mirador en la zona superior. Optamos
por acercarnos hacia un jardín donde habían instalado una réplica de la Estatua
de la Libertad, por supuesto, más reducida de tamaño. La vista sobre el perfil
de rascacielos de la ciudad con el puente era magnífica. Era un buen lugar para
ver atardecer. Algo más a la derecha había una playa adonde acudían los
enamorados para la puesta de sol.
Otro edificio curioso era el
Telecom Center con su poderoso arco. En otra dirección estaban el museo Marítimo
y el de Ciencias Emergentes e Innovación, para los que quisieran culturizarse.
Para los negocios, el Tokyo International Exhibition Center.
Más lúdico era DiverCity Tokyo
Plaza. Inconfundible con su Gundam,
un robot gigante que a nosotros nos recordó a Matzinger Z, de nuestros años de juventud. Por supuesto, había que
fotografiarse con él, aunque no fuera la representación de nuestro antiguo
ídolo de dibujos animados.
Abandonamos la zona de Aqua City
y Decks y nos orientamos hacia la enorme noria. Los edificios empezaban a
exhibir su iluminación.
La noria era parte de Palette
Town. Entramos en el centro comercial y dimos una vuelta por Megaweb, donde
exhibían una colección de Toyota. Pasamos a Venus Fort, con estupendas tiendas
y un ambiente italiano que me recordó a otro centro comercial de similar
inspiración en Las Vegas. En una plaza interior se desarrollaba un concurso
para adolescentes.
Para quien quisiera comprar
complementos para el perro, su tienda era Pet Paradise.
El monoraíl nos devolvió a
Shimbashi y la línea Yamanote hasta nuestro barrio de Shinjuku.
Durante la cena fuimos
preparando la salida del día siguiente. Era nuestra última noche en Tokio.
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