Podríamos haber visitado el
Kaiyodo Hobby Lobby Tokyo, una galería comercial con figuras de personajes
importantes del manga y el anime, o el Tokyo Anime Center, otro de
los referentes a nivel mundial, pero no eran esas nuestras preferencias. Quizá
no hubiéramos entendido nada al no conocer esa cultura urbana.
Esa cultura anime, manga o cosplay pululaba por la calle. Nos reencontrábamos
con las tribus urbanas peculiares y curiosas. Las jovencitas que se mostraban
vestidas de típicas sirvientas francesas animaban a los transeúntes masculinos
a entrar en los maid café. Allí
podían cumplir su deseo-o quizá perversión-de ser atendidos por esas camareras
disfrazadas que les tratarían como a señores de la casa.
El término cosplay, que no había oído antes de la visita a Japón y la
posterior consulta en Wikipedia, era la abreviatura de costume play, de disfraz para jugar o jugar a disfrazarse.
"Los cosplayeros interactúan
para crear una subcultura centrada en el juego de roles", leí en Wikipedia.
Era la transformación a la realidad de una idea o un personaje de ficción,
presumiblemente extraído del manga o
el anime. Era la válvula de escape de
esa población de irregulares que se refugiaba en la red o en la fantasía. ¡Si
Mishima levantara la cabeza!
Lo que podía ser curioso perdía
parte de su atractivo por una representación que nos pareció podía incitar a la
prostitución o a la pederastia. Muchas de esas jóvenes eran crías menores de edad
vestidas de colegialas que en su inocencia creaban un morbo terrible. La
mayoría se limitaba a entregar folletos. Las que vestían a lo sirvienta
francesa eran algo más mayores y actuaban como ganchos, más atrevidas. No se
dejaban fotografiar con facilidad por el enjambre de turistas que acudíamos a
ese espectáculo callejero.
Quizá visto desde un punto de
vista oriental esa exhibición fuera normal y sería el occidental quien
extrapolara lo erótico y prohibido. Según leí, en el interior de los cafés no
se ventilaban favores sexuales. A veces, la cosplay
le leía un cuento al cliente, le daba conversación y lo despachaba sin dejarse
hacer ni siquiera manitas. Una fórmula de geishas
siglo XXI. Pero en algunos lugares se mostraban las fotos de esas jovencitas en
poses más o menos provocativas en carteles que eran idénticos a los de ventas
de pisos en las inmobiliarias occidentales. Destacaba una cifra (entre 1000 y
2000) y no se entendía nada del texto al estar todo en japonés. El contenido
sexual era evidente.
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