Un incidente en ese museo fue
muy ejemplificativo de la forma de pensar y actuar de los japoneses.
En el Museo Nacional de Tokio
habían practicado un descuento al ver la guía rápida que llevábamos. Nos
aplicaron la tarifa de grupo y agradecimos el detalle espontáneo. En la taquilla
del de Arte Occidental mostramos la misma guía, algo decrépita, y la taquillera
dijo que el descuento era aplicable solamente a uno de nosotros. José Ramón le
dijo en inglés que en el otro museo nos lo habían aplicado a los cuatro. La
chica se quedó desconcertada, quizá porque no entendía. Sacamos nuestras
entradas del otro museo (donde figuraba el descuento) para que comprobara lo
que decíamos. Ante esta incidencia intervino la compañera, más experimentada.
Llamó por una radio, nos pidió que dejáramos la taquilla libre para que pudiera
seguir despachando la larga cola que se iba formando y llamaron a un
supervisor.
Reiteramos la explicación. El
hombre hacía reverencias y musitaba “Spanish, Spanish…” como si fuera la
enésima vez que le ocurría una incidencia con nuestros paisanos. Cada parte
mantuvo su postura. La gente nos miraba con cierto estupor.
Apareció otra supervisora de
mayor grado y ésta fue más práctica: nos ofreció unos planos en que venía el
anagrama del descuento y nos dijo que, por ese día, nos harían la rebaja.
De todo ello dedujimos que las
reglas eran firmes y que el que estaba en primera línea las aplicaría
tajantemente. Para las excepciones, ya había una larga cadena de supervisores
que irían pidiendo permisos en la cadena de mando. Las jerarquías mandaban. Si
la incidencia persistía había que darle solución y para ello estaba la
creatividad. Se derogaba la regla general con otra regla más inteligente,
aunque restringida.
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