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El blanco y tenue sortilegio del sol japonés 55. Museo Nacional de Tokio II


Lo más interesante en la visita a un museo en un país lejano es aquello que difícilmente verás en el tuyo. Por eso nos concentramos en piezas singulares, como las esculturas budistas. La imaginería estaba al servicio de la religión y dio lugar a piezas de una especial sensibilidad y delicadeza. Por supuesto, magníficamente expuestas e iluminadas suavemente.
Una parte importante se dedicaba a lo que podríamos agrupar como artes aplicadas: sillas de montar, máscaras para el teatro, kimonos de seda con unos dibujos subyugantes, pintura aplicada a tejidos, cerámica, piezas de laca, biombos con pinturas espectaculares, la pintura en tinta de inspiración zen, objetos cotidianos de los nobles y de la realeza, rollos desplegables, armaduras de samurái, muestras de caligrafía... curiosamente, ciertas piezas no podían ser fotografiadas.

Nos reunimos en la zona de las katanas. Muchas se habían perdido al obligar las tropas de ocupación norteamericanas a su entrega. Algunas habían acabado en museos y colecciones de aquel país. Otras, se exhibían como preciados tesoros que eran:
Sé bien venida
espada de la eternidad.
al través de Buda
y al través de Dharuma igualmente,
te has abierto tu camino.
Así hablaba de ellas Okakura Kakuzo en El libro del té y nos daba una pauta de estudio de las mismas como objetos casi mágicos y místicos. Cada una llevaba un agua en su filo que permitía identificarlas.
Como algo más de dos horas resultaba insuficiente para la visita, compramos unos libros sobre la colección. Aconsejo visitar su web: www.tnm.jp. Disponible en español.

En el edificio contiguo se exponía la colección asiática con piezas de China, India, Corea, Vietnam, Camboya, Irán y otros países. Piezas excepcionales. Se comentaba que había más pintura china en Taiwán y Japón que en el propio país, donde muchas obras sufrieron la Revolución Cultural de Mao. Este museo era un buen complemento a una visita a China.
Comimos cerca del museo. Hacía un calor tremendo, con lo que buscamos  una sombra y compramos en un puesto una especie de buñuelos o croquetas a base de harina de trigo, rellenos de pulpo y de otros manjares que, con salsa, queso y mayonesa cumplieron su misión. También un fornido árbol que se parecía a un castaño gigante y que aportó la necesaria sombra. Creo que los buñuelos se denominaban takoyaki.
Tras el paréntesis de esa comida rápida visitamos el Museo Nacional de Arte Occidental.

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