La consecuencia era en parte la
soledad. La mitad de las personas solteras de hasta 35 años no tenía pareja. Y
la cuarta parte no había tenido nunca sexo. Por eso se refugiaban en una
existencia exclusivamente de ficción, como amantes virtuales. Los hikikomori no salían de su habitación y
sólo vivían en el mundo de la red. En uno de cada tres hogares vivía una sola
persona. En Tokio subía a una de cada dos.
El trabajo debía de quedar
compensado con el ocio. En otro artículo publicado en Time se recogía otra información preocupante. La dedicación
frenética al trabajo había provocado que los japoneses perdieran el hábito de
divertirse. En aquella década de los 80, no sabían cómo emplear sus escasos
momentos de ocio. Eso había causado graves problemas laborales como bajas por
depresión o, incluso, suicidios. Ante esta tesitura, se crearon comités de
estudio y decidieron mandar una especie de comandos para que informaran de cómo
se divertía la gente en el mundo e implantar sus conclusiones. Uno de aquellos
grupos recaló en Barcelona.
Parece que la experiencia fue positiva
porque en los reportajes que leí posteriormente la gente se divertía y sonreía.
Las zonas de ocio, como nuestro querido barrio de Shinjuku, gozaban de buena
salud. Rectificar es de sabios. Aunque, ¿era suficiente?
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